Dios llenó a san José con su gracia en
el seno de su madre y cuando nació, nació con esa llenez de gracia que se va a
ir desarrollando siempre en plenitud de la misma. Para mí que san José no
cometió ningún pecado ni imperfección voluntariamente. Su voluntad estuvo
siempre unida a la voluntad del Padre del cielo, como estuvo la de su esposa
María y su actitud fue como la de ella: Hágase en mí según tu palabra, según tu voluntad.
Pero lo que se dice amar, amaba a Dios
con toda su alma y fuerzas. Podemos aplicarle estas palabras de san Juan de la
Cruz, que, hablando de cómo el alma amante no puede estar satisfecha si no
siente que ama cuanto es amada, comenta que en el estado matrimonial a que en
esta vida el alma, no solo te da Dios su amor, “sino que allí le mostrará cómo
le ha de amar ella con la perfección que pretende. Por tanto si allí le da su
amor, en el mismo le muestra a amarle como de él es amada. Porque además de
enseñar Dios allí a amar al alma pura y libremente sin intereses, como él nos ama,
le hace amar con la fuerza que él la ama, transformándola en su amor, como
habemos dicho, en lo cual le da la misma fuerza con que puede amarle, que es
como ponerle el instrumento en las manos y decirle como lo ha de hacer,
haciéndolo juntamente con ella, lo cual es mostrarle a amar y darle la
habilidad para ello” (CE 38,4).
P.
Román Llamas, ocd
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