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Roman, la vida es don del Creador



La fe queridos amigos no nos da una explicación al misterio de la muerte, solamente nos ofrece una palabra de consuelo, la palabra de Jesús, que ha dicho quien cree en mí, aunque haya muerto vivirá.

 

Todos sabemos que la vida humana es un proceso lento y sosegado de crecimiento y una maduración final, como ha sido la vida de nuestro hermano Román.

 

La vida, desde el mismo momento de su inicio, se encamina hacia la muerte, bien sea está el desenlace a una vida larga y feliz o bien sea como consecuencia de un proceso trágico y no esperado, o de algo imprevisto. Nos guste o no, la muerte, que es una parte más de la vida humana, es siempre un sobresalto para los vivientes.

 

La vida es un don del Creador, y es preciso gastarla como el grano que muere en la tierra, gastarla al servicio de los demás, y esto es lo que ha hecho, a su manera el P.  Román a lo largo de su vida. Llegó siendo un niño, con 11 años, desde su pueblo, Valdevimbre en León, al seminario de los carmelitas descalzos de Medina del Campo en aquellos los tiempos difíciles de la Guerra. Desde entonces el Carmelo fue su casa y su familia, sin renunciar por ello a su tierra y a su familia carnal, a las que tan unido se sintió siempre. Pasó por el noviciado de Segovia, se licencio en Teología en Salamanca, años después lo haría en Sagrada Escritura en Roma. Durante muchos años fue formador en el colegio de Salamanca y en colegio internacional de Roma, superior local, provincial de Castilla. Y profesor en los colegios de la Orden.

 

La suya fue una vida dedica al estudio de la Biblia, de los santos de la Orden, y de una manera especial de San José, a quien como buen hijo de santa Teresa, se dirigía a él como mi padre y Señor San José. Colaborador asiduo en las revistas y publicaciones de la Orden, donde nos ha dejado cientos de artículos, y todos de valía...

 

Una vida dedicada al apostolado, a atender comunidades religiosas, de ellos son testigos en estos últimos años las carmelitas de Valladolid, Villagarcía, Tordesillas, las hospitalarias del Benito Menni de Valladolid, las carmelitas misioneras de Palencia… y durante 25 años atendiendo a la gente en el confesonario y celebrando día a día la Eucaristía a los fieles que llegaban a San Benito a las 8 de la tarde. Por eso hoy dirigiéndonos al Padre del cielo podemos decir: Tú que eres el descanso después del trabajo, la vida después de la muerte, concédele el descanso eterno.

 

Sí, Román, la vida eterna, la vida en Dios, que anunciaste y esperaste, es el mejor premio que te mereces, y no por las oraciones que elevemos por ti, sino por la pura gracia del mismo Dios que sabe recompensar a aquellos que le han dedicado su vida y su persona. El Dios en quien creíste, que es el Dios y padre de Nuestro Señor Jesucristo, que no sabe si no hablar y decir bien de sus hijos, no abandona nunca a los que le sirven “lealmente y con corazón puro y buena conciencia”, y así le has servido tú.

 

Más de una vez te escuché y leí, en los numerosos artículos que escribiste para la Revista Teresa de Jesús, que “el título que mejor define a Dios Padre es el de Padre de las misericordias. “Así lo apodó San Pablo. Dios que creó a los hombres poco menos que los ángeles, le dotó de gloria y dignidad, dándole su propia vida, su mismo amor, vio cómo este hombre se miserabilizó tontamente, perdiendo los dones y gracia con que Dios le había enriquecido. Y Dios, al verle en esta miserable situación, se conmovió en sus entrañas de amor y tuvo misericordia de él ante tanta miseria que esa es la misericordia: la actitud y realidad de amor y ternura ante las miserias humanas”.

 

Nuestra vida, queridos amigos, está hecha de encuentros y de momentos. Desde que nacemos necesitamos ser encontrados, acogidos por los padres, para que nuestra vida pueda desarrollarse sin sobresaltos; necesitamos a los amigos que nos sacan de la soledad, del anonimato; necesitamos del encuentro con los otros, con los hermanos de comunidad, con los que me comprometo a compartir la vida, en las alegrías y en las penas, a quien hago compañeros inseparable en el camino de la existencia. Necesitamos el encuentro con uno mismo, para preguntarnos ¿quién soy yo, de dónde vengo, a donde voy? Y finalmente necesitamos el encuentro con la trascendencia, con lo que está más allá de lo que yo puedo imaginar y abarcar con mi mirada, con mis palabras, con mis pensamientos, necesitamos el encuentro con Dios, que hace que la vida no caiga en el vacío, en la nada.  por eso ahora tiene sentido las palabras de job yo mismo lo veré y esto es lo que está viviendo nuestro hermano Román, la entrada en la plenitud del Reino de Dios, donde al fin vivirá feliz y bienaventurado. Al fin Román, has llegado a comprender que “el que cree en el Hijo tiene vida eterna y que él lo resucitará en el último día”. El Reino de Dios indica el estado definitivo a que apunta el plan salvífico de Dios Padre, que quiere que todos los hombres se salven, que le conozcan a él, que vivan felices y sean bienaventurados.

 

El Señor nos ha dicho: Felices los que lloran, porque ellos serán consolados; ante el llanto por el sufrimiento o la muerte de un ser querido se nos promete el consuelo de la esperanza, que nos trae el recuerdo de un Dios que está con nosotros, que ha sufrido, sudado y llorado con nosotros, que comparte nuestro sufrimiento. Dios no nos salva con su poder, sino con su amor. No nos salva de la enfermedad, del sufrimiento, y de la muerte evitándola, sino asumiéndola y superándola. En este sentido la esperanza, que mitiga el dolor por la muerte de los seres queridos, remite siempre a una vida y a una compañía, la vida de Dios, y es que donde está Cristo allí estaremos para siempre nosotros con él.

 

El cristiano vive de la resurrección de Jesucristo, que es el gran don o regalo de Dios para todos nosotros, en este sentido caminamos hacia la promesa del futuro: estar con Cristo resucitado para siempre. Toda la predicación cristiana, toda la existencia cristiana, la misma Iglesia, como institución que aglutina a los fieles en Cristo, deben caracterizarse por esa orientación hacia Cristo resucitado, nuestro bien y salvación.

 

A nosotros, que experimentamos las contradicciones, carencias, dolores, agobios y miserias de la vida real, el mensaje cristiano nos dice que nuestro destino final no es una tragedia, sino el encuentro pleno con Jesús, que nos llama a vivir para siempre en su presencia.

 

Nuestros sentimientos hoy son de dolor y de tristeza, es natural que el cristiano y el religioso llore y sufra con la muerte de sus hermanos con los que comparte unos mismos ideales. Jesús que es nuestro modelo de vida lloró la muerte de su amigo Lázaro, lo que provocó que la gente comentase: “Mirad como le quería”. Y aunque, desde la esperanza cristiana creemos que allí donde esta Cristo, allí estaremos todos con él, estamos triste, sentimos el vacío de no tenerle entre nosotros, que no sólo compartíamos el mismo espacio físico, sino que como religiosos formábamos una misma familia en la que,  compartiendo el mismo ideal de vida, seguir a Cristo por el camino de la castidad pobreza y obediencia,   consagramos nuestra vida a  Dios amando sobre todas las cosas y a la Virgen María del Monte Carmelo; compartíamos la actividad apostólica al servicio de la Iglesia. Juntos nos reuníamos en la capilla a rezar en distintos momentos del día y a meditar en la palabra de Dios, juntos compartíamos la mesa, “tomando agradecido cuanto nos depara la divina providencia”, y juntos compartimos la recreación común. Nos costará mucho superar su vacío en estos momentos y lugares, donde nos sentíamos y éramos familia.

 

El P. Román amaba la vida con sus pequeño detalles, de los que sabía gozar. Parafraseando a San Pablo y llevado del humanismo Teresiano, solía decir: ya comáis, ya bebáis, ya juguéis, ya durmáis, hacedlo todo para gloria de Dios. El gozaba con sus paseos diarios, los extraordinarios, sus partidos de futbol, a lo que solía acudir acompañado de su amigo Paco sevillano. Nada de estas cosas tan humanas le eran ajenas. No era un huraño del desierto. Estoy seguro de que hasta ayer le hubiera gustado ver el partido de la selección.

 

Al dejar hoy a nuestro hermano Román en los brazos de Dios le damos gracias por su vida entre nosotros, y le pedimos que le conceda descansar en paz. 

 

Desde aquí queremos decirte: ¡Gracias Román por haber compartido la vida contigo!, haber compartido la devoción y el estudio de San José. En Estudios Josefinos y en el Mensajero de San José se te echara de menos, notaremos tu ausencia, que no es fácil reemplazar. 

 

Los santos son considerados amigos del Señor, y cortesanos de la Jerusalén celeste, a quienes Dios revela las necesidades de los fieles para que rueguen por ellos. A los santos se les invoca, se les toma por patronos, abogados, defensores contra las dificultades de la vida, y se les manifiesta gratitud y reconocimiento, pues la devoción es amor a aquel de quien nos decimos devotos.

 

Los santos no lo son únicamente para gozar de la felicidad eterna, sino también para dispensar a los pobres mortales su protección y sus favores. Y así vivió el padre Román su devoción a San José, Con San José, decía él, hay que vivir no sólo en el templo, sino traerle viviente y operante en nosotros, en nuestra vida de cada día.

 

El afirmaba, como lo hacía Santa Teresa, no haber pedido jamás un favor a Dios por la intercesión de san José, que no se le hubiese concedido. El P. Román, teniendo en cuenta las experiencias josefinas de Santa Teresa, que quería que todos los fieles fuesen devotos de san José, y que asoció a san José a su obra fundadora, estaba convencido que no se puede entender al carmelita Descalzo, y al Carmelo sin san José.

 

El P. Román, que pedía meter más a san José en nuestra vida de cada día, y vivir con más amor y alegría la santidad de San José, en su último libro sobre el Santo recomendaba: Id a José en las enfermedades, id a José en las dificultades de la vida, id a José en la muerte de vuestros seres queridos, id a José en la pandemia del coronavirus, id a José en todo. Id a José con devoción y amor y confianza ciega. En estos momentos pedimos al Bueno de San José, que por la felicidad que experimentó de morir en los brazos de Jesús y María, le acompañe al encuentro del Padre Dios.

 

 

Fr. Javier Fernández Frontela, ocd

En viernes, 25 de noviembre de 2022


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