Crece su alegría y su esperanza a medida que avanza la enfermedad. Juan de la Cruz demuestra una esperanza y una alegría y una paz que admiran a todos, frailes y seglares. Hasta el Prior cambia de actitud para con él. La víspera de la Inmaculada se agravó y el médico dice que hay que advertirle que puede morir en cualquier momento. El P. Alonso de la Madre de Dios se lo notifica. ¿Qué me muero? dice, y, juntando las manos ante el pecho, exclama con rostro alegre: Laetatus sum in his quae dicta sunt mihi. In domum Domini ibimus. Ese día la Virgen le revela que morirá en sábado, como sucedió.
Pasado un rato, comenzamos los que estábamos allí a andar de prisa y como turbados, hojeando el breviario o manual para hacer la recomendación del ánima. Lo cual, visto por él, nos dijo con grande sosiego y paz: Déjenlo por amor de Dios y quiétense. Cuando van a rezarle la recomendación del alma, él agonizante, que espera tranquilo la muerte como una continuación de su vida de amor, pide afablemente: Léame el Cantar de los Cantares, que eso no es menester. Y, cuando le están leyendo los versos del libro, comenta ¡Oh, qué preciosas margaritas!
P. Román Llamas, ocd
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