De
la Virgen María escribe san Juan de la Cruz: “Tales eran las oraciones de la
gloriosísima Virgen Nuestra Señora, la cual estando desde el principio
levantada a este estado nunca tuvo en su alma impresa forma de alguna criatura,
ni por ella se movió, sino siempre su moción fue por el Espíritu Santo” (3S
2,10).
María
fue visitada por el Espíritu Santo, de una forma tan personal y profunda que la
levantó a una altura divina, se hace santa con la santidad del Espíritu Santo,
que la convierte en su templo vivo, su morada agradable. Se dejó traspasar del
Espíritu Santo y el Espíritu Santo la divinizó toda entera, la hizo su
transparencia. Se trata de una autocomunicación especialísima del Espíritu
Santo a María, concreta y real, inferior, pero parecida a la del Verbo de Dios
a Jesús de Nazaret. Queda como neumatizada especialmente por el Espíritu Santo
y la persona de María y todas sus funciones de mujer comienzan a ser divinas.
¿No
hay que afirmar algo parecido de san José que por participar de la inefable grandeza de María, fue siempre movido en
todo por el Espíritu Santo como participación de la inefable grandeza de María,
su esposa? Sin duda, sí y siempre-Y así
en la Virgen María no se nota en nada algo singular y llamativo que se dé en su
vida, sino en la sencillez, en la paz, en la serenidad y alegría y sobrenaturalidad que aparecen en todo lo que
hace y vive. Que por lo demás su vida es normal, aparentemente como la de cualquier
vecina de Nazaret.
P.
Román Llamas, ocd
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