La devoción a San José llega a su
cenit en los últimos años del siglo con la publicación de tres documentos
pontificios. A lo largo de este siglo se multiplican las peticiones colectivas
de millones de fieles, sacerdotes y obispos que llegan a la Congregación de
Ritos para que el nombre de San José sea añadido al de su Esposa, antes de los
ángeles en algunas oraciones litúrgicas, como el Confiteor, el Suspice Sancta
Trinitas, Libera nos… sin éxito inmediato.
En torno al Vaticano I, como
expresión del sentido de la fe del pueblo cristiano, arrecian las peticiones de
que San José sea proclamado Patrono de la Iglesia universal y Pío IX el 8 de
diciembre de 1870 lo declaró solemnemente con el documento Quemadmodum Deus Joseph en el que traza las líneas maestras
de la teología josefina.9
Algo parecido pasó con la fiesta de
la Sagrada Familia ante la presión de las peticiones clericales y episcopales,
eco de la voz del pueblo fiel, León XIII con el Breve Neminem fugit (14.6.1892), “la carta magna del culto y veneración
de la Sagrada Familia”, consagró las Cofradías en honor de la Familia Santa y
al tiempo instituyó la Fiesta de la misma con oficio y misa propios.10
P. Román Llamas, ocd
9 Cfr José de
Jesús María, La liturgia josefina del
siglo XIX, Est Jos 49 (1995) 344-48
10
Para lo relativo a la liturgia en torno a la Sagrada Familia cfr Joseph M.
Blanquet, a.c. 522-43
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