Sobre todo, José escucha la Palabra de
Dios en su convivir diario con Jesús. Él es la Palabra de Dios. Y José escucha
esa Palabra en sus palabras y en sus actos que ve todos los días. Y ante
actos y palabras que más de una vez debió quedar maravillado, sin comprender su
actuar, pero sabiendo que eran las acciones del que viene a salvar a su
pueblo de sus pecados.
Muchas veces debía quedar pasmado ante las
palabras misteriosas que escuchaba de la boca de Jesús y ante las acciones
sorprendentes que veía en su comportamiento. Fueron muchos los años que
convivieron en Nazaret en una familiaridad y amistad muy íntima.
Escuchar la Palabra de Dios es también
escuchar a los pobres y necesitados, a los que tienen necesidad de desahogarse.
Y para escuchar se necesita una gran dosis de amor. Escuchar a los que se
sienten solos, escuchar con paciencia es más caridad que dar. Para oír se
necesita solo tímpano. Para escuchar se necesita corazón, no hay peor
escuchador que el egoísta. El que escucha a un penado, a un pelma escucha a
Cristo. Un sacerdote entra a trabajar en una fábrica en Brasil. Nadie sabe que
es sacerdote. A los cuarenta días le atropella un camión. En los funerales los
compañeros de trabajo se enteraron de que era sacerdote y entonces uno de ellos
exclama: Ahora que sé que era sacerdote, comprendo por qué escuchaba tan bien,
con tanta paciencia y amor. San José era escuchador de todos los que se
acercaban a él.
San José sigue siendo el escuchador
incansable de sus devotos. Baste recordar el caso de santa Teresa, su mayor
devota, a la que siempre escuchó en sus peticiones y en su dialogar por
amor con él. Nunca le negó nada de lo que le pedía.
P. Román Llamas ocd
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