El Antiguo Testamento nos presenta como
modelo de la escucha de Dios al pequeño Samuel. Ana llevaba años casada y Dios
no le daba hijos. Y un año, cuando subió con su esposo a Silo a adorar al Señor
le pidió con muchas lágrimas desahogando su corazón que si le daba un hijo
se lo consagraría por todos los días de su vida. Al concederle el hijo
deseado lo crio hasta el tiempo del destete, lo llevo al templo y allí lo dejó
consagrado al Señor de por vida, sirviendo en el templo con el sacerdote Helí.
Siendo todavía un muchacho le habló el Señor: “¡Samuel, Samuel!” Él respondió: “Heme aquí”. Se dirigió al sacerdote Helí por tres veces,
pensando que era quien le llamaba, y a la tercera el sacerdote le dijo
que, si volvía a oír la voz, respondiese: “Habla,
Señor, que tu siervo escucha”. Y el Señor le anuncia que va a destruir la
casa de Helí. El Señor estaba con Samuel y no dejó caer en tierra ni una sola
de sus palabras. Le hizo su profeta, y tuvo mucha intervención en el reinado de
Saúl y fue el que ungió a David como rey de Israel. Y se le ha tenido como
modelo de la escucha de la palabra de Dios.
En el Nuevo Testamento tenemos la figura
de la Virgen María que cuando el ángel le anuncia que va a ser la Madre de
Dios, le contestó: “He aquí la esclava
del Señor, hágase en mi según tu palabra”. Palabras que no solo son la
respuesta al ángel, sino que reflejan la actitud de toda su vida. Siempre vivió
al hilo de la palabra de Dios, siempre guiada por el Espíritu Santo.
Si la Cuaresma, tiempo litúrgico en el que
se celebra la Fiesta de san José, es el tiempo aceptable y apto para escuchar
la Palabra de Dios, la Semana Santa lo es de una manera especial. Y es que es
el tiempo en el que la Palabra de Dios habla con más fuerza, con más capacidad
de transformar los corazones. La Palabra que Dios que habla es Jesucristo, y lo
es especialmente en esta semana santa, porque la Palabra de Dios no habla solo
con palabras, habla, sobre todo, con hechos, con las acciones de su vida y ¿Qué
acciones podemos encontrar que hablen con más elocuencia, vehemencia y
persuasión que los hechos de su sacratísima y horrorosa pasión, culminadas
con la muerte en la cruz por amor, que no hay mayor amor que ese? ¡Cómo nos
golpean estas palabras de Dios por medio de su Hijo Jesucristo! Escucharlas,
acogerlas con amor para vivirlas es nuestra salvación y santificación
P. Román Llamas ocd
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