En el A. Testamento encontramos frases
como estas: “Bienaventurado el hombre que
me escucha” (Pro. 8, 34); “escucha, hijo, y acepta mi parecer y no deseches
mi consejo” (Ecli6,23); “escucha,
hijo, y aprende mi enseñanza y aplica tu corazón a mis palabras” (de la
Sabiduría) (Ecli16,24); “si amas
escuchar, recibirás, y si inclinas el oído, serás sabio” (Ecli6,33).
Jeremías dice a su pueblo que cuando Dios
los sacó de Egipto no les pidió sacrificios ni holocaustos, sino que escuchasen
la voz de Yahvé, pero el pueblo no lo escuchó ni le hizo caso, le dio la
espalda y no la cara. “Desde la salida
del país de Egipto hasta el presente os he mandado a mis siervos los profetas,
pero no me escucharon, lo hicieron peor que sus padres. Diles, pues, esta es la
nación que no ha escuchado la voz de su Dios” (Jer 7,21-28). El
profeta Amós dice a su vez: “He aquí que
vienen días -oráculo del Señor Yahvé- en que yo mandaré hambre a la
tierra, no hambre de pan ni sed de agua, sino de escuchar la Palabra de
Yahvé. Entonces vagarán de mar a mar, de norte a levante, andarán
errantes en busca de la Palabra de Yahvé y no la encontrarán” (Am
8,11-12).
En el Nuevo Testamento escuchar la
Palabra de Dios, que es Jesucristo, es el Todo de la Iglesia, de la vida
cristiana. Escucharla es sinónimo de obedecerla, acogerla y hacerla suya. “Mi madre y mis hermanas son las que
escuchan la palabra de Dios y la cumplen” (Lc 8,21). “Dichosos más bien los que escuchan la Palabra de Dios y la
cumplen” (Lc 11,28). “No todo el que
me diga: Señor, Señor, entrara en el reino de los cielos sino el que haga la
voluntad de mi Padre celestial” (Mt 7,21). “En verdad, en verdad os digo que el que escucha mis palabras y cree en
el que me ha enviado tendrá la vida eterna” (Jn 5,24). “La doctrina que escucháis no es mía, sino del que me envió” (Jn
14,24).
P. Román Llamas ocd
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