Y
así en esta llama siente el alma tan vivamente a Dios y le gusta con tanto
sabor y suavidad que dice:
¡Oh llama de amor viva,
Que tiernamente hieres!
Cuando
parece que ya está dicho todo lo que se refiere a esta transformación de amor
nos viene ahora con la herida de amor. “Esto es: con tu ardor tiernamente me
tocas. Que por cuanto esta llama se llama de vida divina, hiere al alma con
ternura de vida de Dios y tanto y tan entrañablemente la hiere y enternece
que la derrite en amor, porque se cumple en ella lo que dice la Esposa en los
Cantares, que se enterneció tanto que se derritió y así dice allí: Luego que el
Esposo habló, se derritió mi alma (5,6); porque el habla de Dios, es el efecto
que hace en el alma”. (n. 7)
Se
da cuenta de que el alma en esta situación está totalmente transformada
en Dios y el mismo se pregunta que cuando el alma está ya toda cauterizada con
fuego de amor, cómo puede ser herida y responde. “Es cosa maravillosa que, como
el amor nunca está ocioso sino en continuo movimiento, como la llama está echando
siempre llamaradas acá y allá; y el amor, cuyo oficio es herir para enamorar y
deleitar, como en la tal alma, -en san José- está en viva llama,
estále arrojando sus heridas, como llamaradas ternísimas de delicado amor,
ejercitando jocunda y festivamente las artes y juegos del amor”. Cita el caso
de Ester con el rey Asuero y el texto de los Proverbios (8,30-31): y mis
delicias es estar con los hijos de los hombres, para acabar: “Por lo
cual estas heridas que son sus juegos son llamaradas de tiernos toques,
que al alma tocan por momentos de parte del fuego del amor, que no está
ocioso” (n 8).
P.
Román Llamas, ocd
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