San José está en una actitud de adoración,
en una actitud de éxtasis de amor ante la belleza, la fuerza y la grandeza del
Maestro que le está enseñando esta ciencia de amor, que le hace caer en un
profundo silencio interior que es la alabanza de Dios.
Nadie piense que san José no habló. La
vida en la casa de Nazaret se desenvuelve con toda normalidad; los que la
habitan son seres lo más normales y humanos, a pesar de estar divinizados y
precisamente por eso, es una familia que dialoga, comparte con la mayor
naturalidad entre sí y con las demás gentes con quienes conviven. Pero sus
palabras, no solo las de san José, sino también y en un grado más elevado las
de Jesús y de María, como sus hechos están llenos de profundidad de
callado amor que les imprime su silencio que es intimidad amorosa con Dios
Amor. De este profundo silencio, de este profundo callado amor nacen las
palabras pletóricas de vida y sabor –las palabras de Cristo son espíritu y
vida- y las obras admirables y elocuentes más que las palabras.
San José no habló, pero hizo; su hacer
desde los abismos de amor que envuelven su corazón es la mayor y mejor alabanza
de su silencio interior, de esa intimidad intimísima con Dios Amor.
El contemplativo verdadero, que es san
José, todo lo que hace lo hace desde el callado amor que le llena y desborda el
corazón. Su vida es purísimo amor a Dios Padre, a su amadísimo Hijo Jesucristo
y a su amantísima esposa la Virgen María y a todos los hombres. Aprendamos a
dejarnos llenar de la ciencia del amor, cultivando un silencio de intimidad con
Dios Padre y Amor.
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