El silencio de san José es un silencio
eminentemente contemplativo, es una subidísima contemplación, nos dice el Papa
San Juan Pablo II, es decir, un silencio en el que Dios le enseña dice san Juan
de la Cruz, “la ciencia sabrosa que es la
ciencia secreta de Dios muy sabrosa, porque es ciencia por amor, el cual es el
maestro de ella y el que todo lo hace sabroso” (CE 27,5). Le enseña la
ciencia del amor, la única que quería santa Teresita. En el contacto y trato
silencioso y diario con Jesús y María. Dios Padre le está enseñando esta
ciencia. La abundancia de amor que el Espíritu Santo derrama en el
corazón de san José no es fácil comprenderlo. Abismos de amor se van
desarrollando en él. Por eso, su vida es sabrosísima en cada momento, aún en
medio de los trabajos y sufrimientos que tuvo que pasar en su vida que no
fueron pocos y livianos, sino bien duros, porque los vive con abismos de
callado amor que hay en su corazón, que el amor es el que lo hace todo sabroso.
Digo los pequeños servicios, pero para Dios no hay pequeños servicios porque en ello se trata de dar la voluntad a Dios Padre y cuando se trata de dar la voluntad a Dios no hay cosa pequeña, porque el más grande es precisamente dar la voluntad a Dios ya que Dios no mira la materialidad de las obras sino el amor, la voluntad con que se hacen. Me refiero a esas pequeñeces que san José te presenta siempre en la vida real que es de comunicación con muchas personas ¡Cuántas pequeñas cosas de bien que nos presenta al hilo de cada día que pudimos hacer y no hicimos! ¡Cuántas pequeñas mortificaciones que pudimos aprovechar para el bien de los demás y no las hemos aprovechado! Como una sonrisa cuando no tengo ganas de sonreír, con lo barata que es una sonrisa, una palabra amable cuando estás malhumorado, un devolver siempre bien por el mal que te hagan, un acompañar a una persona indefensa, no hacer nunca a nadie lo que no quieres que te hagan a ti, ayudar a una persona mayor a...
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