Comienzo por san Juan Crisóstomo: “Dios mismo por el ministerio del ángel
enviaba a José el nombre que había de poner al niño. Y a la verdad no es este
un nombre puesto al azar, sino un tesoro de bienes infinitos. Y así lleva a
José a creer en su mensaje” (Hom in Matheum, h,4,7; Pg 57,47)
EL nombre de Jesús es un tesoro de bienes
infinitos. Es una lástima que no nos haya desgranado alguno de los bienes
infinitos de ese tesoro. Es lo que hacen otros santos y autores que vienen
después de él. San Bernardo en uno de sus sermones nos deleita con estas
expresiones: “El nombre de Jesús luce
cuando es predicado. ¿De dónde pensáis tan grande y súbita luz de la fe a todo
el mundo sino del nombre de Jesús predicado? Es comida que alimenta
cuando se le medita. ¿Qué otra cosa hay que nutra tanto el espíritu del que lo medita?
El nombre de Jesús es luz y alimento. Todo alimento es desabrido si no se
condimenta con este aceite, insípido si no se sazona con esta sal. El leer
me fastidia si no leo el nombre de Jesús. El hablar me disgusta si no se habla
de Jesús. JESÚS ES MIEL EN LA BOCA, MELODÍA EN EL OÍDO, JÚBILO EN EL CORAZÓN. Es
medicina que unge y alivia cuando se le invoca, medicina infalible para todos
los achaques y enfermedades del alma”. (Sermón 15 sobre el Cantar de los
Cantares).
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