Es ya proverbial el silencio de san José,
del cual el Evangelio no nos conserva más que una palabra, que ciertamente dijo
san José: “Jesús”, cuando le impuso el nombre de Jesús el día de la
circuncisión a los ocho días de su nacimiento, única palabra que abarca y
supera infinitamente todas las demás palabras, que hay que pronunciar y quedar
en silencio contemplativo.
Lo que sintió y experimentó san José en
aquel momento no es para descrito. Si a lo largo de los siglos este nombre
dulcísimo de Jesús ha producido en los corazones santos, nobles y sensibles los
sentimientos más puros, las ansias más anhelantes, las reflexiones más
profundas y sentidas, los deseos más apasionados y los gozos más sabrosos, ¿que
no sentiría san José al pronunciarlo?
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