De otra parte, de los relatos evangélicos
se desprende que esta familia vive como cualquier otra familia de Nazaret. Y
así, cuando el Emperador romano manda que se haga un censo de toda la población
y que cada uno vaya a empadronarse en su lugar de origen, José, con María
embarazada del Hijo de Dios, camina los cien kilómetros que separan Nazaret de
Belén para cumplir la orden del Emperador. Al llegar a Belén y no encontrar
lugar en el mesón tiene que recogerse en una cueva que encuentra en los
alrededores del pueblo. Y estando en la cueva a María le llegó la hora de dar a
luz a su hijo y allí nació de ella Jesús, como le llamara el ángel con
anterioridad. Así de escuetamente narra el evangelista el nacimiento del
Salvador del mundo. Nada dice de la reacción de José y María ante el nacimiento
del Hijo de Dios. Que viene a salvar al mundo. Solamente que su madre lo
envolvió en pañales y le recostó en el pesebre y cuando llegó el tiempo de la circuncisión
a los ocho días del nacimiento, que José le impuso del nombre de Jesús,
conforme le había dicho el ángel antes de nacer el Niño de su esposa.
Siguiendo
las leyes de Moisés, José y María presentaron al Niño Jesús al Señor en el
templo, no pagaron rescate por él, pues no lo dejaron al servicio suyo, sino
que lo consagraron al Señor; sí pagaron el rescate por la purificación de la
Madre y, además, aparece un personaje singular, el anciano Simeón, que
pronuncia unas palabras proféticas y misteriosas sobre el Niño y la Madre (Lc
2,22-35).
P. Román Llamas ocd
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