Si en los planes de Dios la familia es “la
escuela del más rico humanismo” (GS 52), si “el futuro de la humanidad se
fragua en la familia” (FC 86), si “contra la llamada cultura de la muerte, la
familia constituye la sede de la cultura de la vida” (CA 39), merece la
pena que volvamos los ojos a la familia de Nazaret, constituida por Dios como
prototipo e icono de todas las familias, tal como aparece en el Evangelio, la
familia cristiana por antonomasia, movida en todo por el querer de Dios. En
palabras de Pablo VI, peregrino en Tierra Santa, el 5 de enero de 1984: “Que
Nazaret nos enseñe el significado de la familia, su comunión de amor, su
sencilla y austera belleza, su carácter sagrado e inviolable, lo dulce e
irremplazable que es su pedagogía y lo fundamental e incomparable su función en
el plano social”.
Digo los pequeños servicios, pero para Dios no hay pequeños servicios porque en ello se trata de dar la voluntad a Dios Padre y cuando se trata de dar la voluntad a Dios no hay cosa pequeña, porque el más grande es precisamente dar la voluntad a Dios ya que Dios no mira la materialidad de las obras sino el amor, la voluntad con que se hacen. Me refiero a esas pequeñeces que san José te presenta siempre en la vida real que es de comunicación con muchas personas ¡Cuántas pequeñas cosas de bien que nos presenta al hilo de cada día que pudimos hacer y no hicimos! ¡Cuántas pequeñas mortificaciones que pudimos aprovechar para el bien de los demás y no las hemos aprovechado! Como una sonrisa cuando no tengo ganas de sonreír, con lo barata que es una sonrisa, una palabra amable cuando estás malhumorado, un devolver siempre bien por el mal que te hagan, un acompañar a una persona indefensa, no hacer nunca a nadie lo que no quieres que te hagan a ti, ayudar a una persona mayor a...
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