Parece
Ser que el primero que ha aplicado a la Sagrada Familia de Nazaret el
calificativo de Trinidad de la tierra fue el gran Canciller de la Universidad de
Paris, Juan Gersón (1363-1429) en el sermón de la Natividad de la Virgen en el
concilio de Constanza (1414-1418), sermón eminentemente y muy laudatoriamente
josefino, con estas palabras muy exultantes de la misma: ”Desearía que me
saliesen las palabras para explicar un misterio tan alto y escondido desde los
siglos, la Trinidad de Jesús, María y José tan digna de admiración y de
veneración” (En la cuarta consideración). Como no encuentra palabras para
explicarlo abandona el intento.
Los
autores josefinos y predicadores posteriores no sólo toman la expresión
de Gersón, sino que se atrevieron a interpretarla, como los pintores a
pintarla,-clásico un cuadro de Murillo- Y así un tal Juan de Cartagena, que
cita las palabras de Gersón, saca dos consecuencias o aplicaciones,
comparándola con la Trinidad del cielo: Jesús que es el Hijo de Dios que se
encarna, María que concibe al Encarnado, y José, su esposo, que le cela y
oculta hasta que llega el tiempo predefinido de este sacratísimo misterio; y,
como en el A. T, ante el Sancta Santorum del templo mandó Dios que
se pusiese un velo hecho de púrpura, escarlata y de carmesí y lino fino torzal
que le ocultase del resto del templo (Ex 26,31), así quiso que se colocase ante
el profundísimo misterio de la Encarnación, que con razón llamamos el Santa
Sanctorum, este sagrado matrimonio, como un velo tejido por el Espíritu
Santo de la variedad de todas las virtudes. Así, pues, esta Trinidad de
personas llevó a cabo nuestra redención: Jesús como autor de la salvación,
María como mediadora, José como coadjutor; y así como cuando se vence en la
guerra la victoria se atribuye no sólo a los soldados que lucharon contra los
enemigos, sino que se debe también a los centinelas y exploradores que por
caminos secretos metieron furtivamente soldados y armas; así aquí, la redención
del género humano y la victoria sobre su enemigo común se debe atribuir solo a
Cristo, como causa principal, porque él solo en la palestra del Calvario luchó
con el enemigo: Yo solo pisé el lagar (Is 63,3). A María debe
atribuírsele en cuanto que suministró la carne y la sangre a Cristo,
precio de nuestra redención; también a San José, su esposo, debe atribuírsele
parte, porque al fortísimo debelador del diablo, cuando era niño y muchacho lo
escondió y, además, lo educó y nutrió, para que, hecho, mayor, a su tiempo
echara de su lugar a aquel fuerte armado príncipe de las tinieblas y liberar de
este modo al género humano de la tiránica esclavitud. Me atrevería a decir que
San José, ocultando a Cristo el Señor, y alimentándolo, educándolo fue
coadjutor de la reparación, digna de celebrarse, del género humano por el
misterio de la Encarnación, único remedio de nuestra salvación.
P.
Román Llamas, ocd
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