
Con cuanta más
razón, dichoso san José, que desde que nace toda su vida la emplea en amar, no sabe
otra cosa. En amar a Dios Padre, luego a su esposa y a su hijo Jesucristo,
nacido de su esposa María y a todos los hombres. Ama en su trabajo y oficio de
carpintero. Mucho mejor que santa Teresa sabe que Dios no mira la materialidad
de las obras sino el amor con que se hacen. ¡Con qué amor no movía la garlopa, la
sierra y el martillo y demás instrumentos de su oficio de carpintero! San José
no sabe más que amar, está hecho por amor y para amar. Y cada ser obra conforme
a su naturaleza y condición. Y si Dios por ser AMOR no puede más que amar e
infinitamente, que por eso sus caminos y pensamientos son tan distintos de los vuestros
(Is 55,8-9), San José es todo amor, como María, su esposa, pero en un grado
inferior. Por eso ama a todos los hombres, porque son sus hijos, por ser él el Padre
de Jesús y los hombres, la Iglesia son el cuerpo místico, cuya Cabeza es él,
Cristo y la Iglesia forman el Cristo total. Qué bien lo entendió santa Teresa de
Jesús, que le tomó por su padre, “mi Padre y Señor”, y ella por hija suya y
como tal pone en él toda su confianza y por eso no recuerda haberle pedido cosa
que no se la haya concedido ¡Con que confianza se lo pedía! ¡Mi padre, mi
gloriosísimo padre san José, padre mío! ¡Qué padre más bueno es san José! ¿Por qué no lo predicamos con nuestra vida de
hijos verdaderos y devotos auténticos, como lo predicaba san Teresa? Tomando
unas palabras de san Francisco de asís a sus frailes franciscanos digamos: Predicad
a san José, Padre de la Iglesia, si es preciso también con la palabra.
“Que solo en
amar es su ejercicio”. Que bien le cuadran a san José etas palabras. No sabe
otra cosa más que amar. Fue el ejercicio de toda su vida. Vive desde la más
profunda y familiar intimidad con Dios Hombre, de cuya presencia goza desde el
nacimiento de este del seno de su esposa la Virgen María. Nadie ha abrazado a
Dios humanado, ni besado ni acariciado como san José a lo largo de toda su
vida. Quiso para su hijo todo lo suave y sabroso y para él todo lo áspero y trabajoso,
que el amor convertía en dulce y gozoso. Veámosle en su huida a Egipto para
librar a su hijo de la persecución de Herodes que le buscaba para matarle. El
hecho de estar con Jesús y con María era motivo de inmenso gozo en medio del
dolor.
P. Román Llamas, ocd
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