A san José le
enseña Dios una ciencia muy sabrosa, la ciencia del amor. El Espíritu Santo derramó
en su corazón abismos de amor, como en el de la Virgen María, su esposa. No
cabe mayor amor, en el que siempre va creciendo en plenitud. Este total amor a
Dios, a su hijo y a su Esposa, lo describe así san Juan de la Cruz. “En aquella
bebida de Dios suave, en que se embebe el alma en Dios muy voluntariamente y
con grande suavidad se entrega el alma a Dios toda, queriendo ser toda suya y
no tener en sí ajena de él para siempre, causando en la divina unión la pureza
y perfección que para esto es menester. Que por cuanto él la transforma en sí,
hecha toda suya y evacua en ella todo lo que tenía ajeno de Dios. De aquí es
que no solamente según la voluntad sino también según la obra, quede ella de
hecho sin dejar cosa toda dada a Dios, así como Dios se ha dado libremente a
ella, de manera que quedan pagadas aquí las dos voluntades, entregadas y
satisfechas entre sí, de manera que en nada haya de faltar ya la una a la otra”
(CE 27,6)
A continuación,
dice que el alma es su esposa y como tal no piensa en todo más que en Dios. Ese
es san José, porque está como divino, endiosado, de manera que aún hasta los primeros
movimientos no tiene contra lo que es la voluntad de Dios, en todo lo que él puede
entender… en los primeros movimientos ordinarios se mueve e inclina a Dios por
la grande ayuda y firmeza que tiene ya en Dios y perfecta conversión al bien.
(CE 27,7).
¡Que retrato
más bello y bonito de san José! San José todo amor, san José empleado todo en
amor. Mirémosle en su vida diaria con Jesús y con María derrochando amor en la
custodia de ellos. Ese amor que derrochan también Jesús y María, con mas
perfección que él. ¿No es esa la vida del cielo, donde solo reina y se vive el amor?
¡Que grande es san José por su amor perfecto y puro de Dios!
P. Román Llamas, ocd
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