Solo el amor. San
José tiene claro que al fin para este fin de amor fuimos criados (CE 29,3). Lo
primero que destaca en esta canción 29 es que “verdaderamente esta alma está
perdida a todas las cosas y solo está ganada en amor, no empleando ya el
espíritu en otra cosa” (CE 29,1). Y refiriéndose a Marta, dedicada a las cosas
de la vida activa y María a los pies de Jesús, entendiendo que ella lo hace
todo y María no hace nada, siendo ello
muy al revés, pues no hay obra mejor ni más necesaria que el amor, afirma que “en tanto que el alma no llega a
este estado de unión de amor, le conviene ejercitarse ejercitando el amor así en
la vida activa como en la contemplativa, pero cuando ya llegase a él no le es conveniente ocuparse en
otras obras y ejercicios exteriores, que
la pueden impedir un punto de aquella asistencia de amor en Dios, aunque sean
de gran servicio de Dios, porque es más precioso delante de Dios y del alma un
poquito de este puro amor y más provecho hace a la Iglesia, aunque parece que
no hace nada, que todas esas obras juntas” (CE 29,1-2).
Y lo explica
con estas palabras: “De donde, cuando alguna alma tuviese algo de este
solitario amor, grande agravio se le haría a ella y a la Iglesia si, aunque
fuese por poco espacio, la quisiesen ocupar en cosas exteriores, aunque fuesen
e mucho caudal. Porque, pues Dios le conjura que no la recuerden de este amor,
¿quién se atreverá y quedaría sin reprender? Al fin para este fin de amor
fuimos criados” (CE 29,3)
Y por eso el
alma que tiene esta experiencia de este amor de Dios, se pierde a todas las
cosas y a sí mismo, ”se ha perdido a todos los caminos y vías naturales de proceder
en el trato con Dios, que ya no le busca por contemplaciones, ni formas ni
sentimientos ni otros modos algunos de criatura ni sentido, sino que pasó sobre
todo esto y sobre todo modo suyo y manera, tratando y gozando de Dios en fe y
amor, entonces se dice haberse de veras ganado a Dios, porque de veras se ha
perdido a todo lo que no es Dios y a lo que es en sí” (CE 29,11). Que, por eso,
santa María Magdalena, aunque con la predicación hacía gran provecho y lo
hiciera más grande después, por el gran deseo que tenía de agradar a su Esposo
y aprovechar a la Iglesia, se escondió en el desierto treinta años para
entregarse de veras a este amor (CE 29,2).
P. Román Llamas, ocd
Comentarios
Publicar un comentario