La Hermosura de María es evidente y portentosa en cuanto su ser es
totalmente rico de valores y abierto a un horizonte infinito de significados.
Aún en el plano natural la imagen de María es inatacable, invulnerable; para
los mismos incrédulos tiene el valor de una Belleza inexpugnable, no solo
cuando se la mira como una imagen de la fe, sino cuando se la contempla solo
como un signo augusto y de un alcance y un porte puramente humano. La
concentración en María de la maternidad y de la virginidad, la plenitud de
gracia y de gloria aún en la concretez de su vida simple y pobre, hacen de ella
una síntesis maravillosa de todo el ideal más puro de la creación. En ella se
satisfacen, se cumplen los deseos de un mundo más bello, utópico, de un
retorno al paraíso primordial, como también el ansia, la sede de una armonía
mística en el cosmos, simbolizado en la condición del niño en el seno materno
(Urs von Baltasar)
La Hermosura de María no se puede parangonar con ninguna otra hermosura,
porque es única y es ideal de toda hermosura. Es la llena de gracia, su
hermosura en plenitud. “Si no supiésemos
que María no es Dios, la adoraríamos como a tal”, dice Santa Isabel de la
Trinidad.
P. Román Llamas, ocd
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