Ir al contenido principal

Silencio (4 de 4)

 Dios habla en el silencio y en el silencio debe ser oído. Dice san Juan de la Cruz: “Mejor es aprender a poner las potencias en silencio y callado para que hable Dios” (3Sub 4,3). Es lo que hizo san José. Dios le habló y pudo escuchar su palabra. La llevaré a la soledad, al silencio, al sueño de la noche y le hablaré al corazón (Os 2,24).

Este silencio lo ve el Papa san Juan Pablo II en su trabajo de carpintero. “También el trabajo, carpintero en la casa de Nazaret, está envuelto en el mismo clima de silencio, que acompaña todo lo relacionado con la figura de José. Por eso es un silencio que descubre de modo especial el perfil interior de esta figura. Los evangelios hablan exclusivamente de lo que hizo José, hizo, sin embargo, permiten descubrir en sus acciones ocultas por el silencio un clima de profunda contemplación (RC 25).

El silencio de san José es eminentemente contemplativo, recibe las comunicaciones en la vida familiar de Jesús y María, cuya vida le van introduciendo más y más en el misterio de Dios. Las más altas comunicaciones místicas se experimentan en el silencio más `profundo. Dice santa Teresa: “Pasa con tanta quietud y tan sin ruido todo lo que el Señor aprovecha aquí al alma y la enseña, que me parece es como en la edificación del templo de Salomón, donde no se había de oír ningún ruido (3Rey 6,7). así en el templo de Dios, en esta morada suya, solo Él y el alma se gozan con grandísimo silencio” (7M 3,11).

Le podemos aplicar las palabras de Isabel de la Trinidad sobre la adoración que vimos más arriba. Esa actitud adorante es la que guarda san José ante Jesús y María, que en este silencio amoroso le van comunicando y aumentando misteriosamente sus gracias y santidad en el abismo más hondo de su ser.   

San José, el santo del silencio. Es un gigante del silencio, un silencio altamente comunicativo a través de sus obras, que descubren su profundidad y fecundidad, porque las grandes obras se fraguan en el silencio, de él nacen poderosas y gloriosas. Si el alma que cultiva el silencio es, en expresión de santa Isabel de la Trinidad, como una lira, cuya cuerdas toca misteriosamente el Espíritu Santo, arrancando de ella armonías divinas, san José es una lira de oro, la más delicada y sonora después de la Virgen María, su esposa, de la que el Espíritu Santo ha arrancado lar armonías más divinas después de las de su esposa María.   

P. Román Llamas, ocd

Próximas publicaciones

·         Conclusión

Comentarios

Entradas populares de este blog

EL SUEÑO DE SAN JOSÉ (1 de 5)

La revelación del misterio que el Espíritu Santo realiza en María, su mujer, dice el evangelio que se lo manifestó a José en sueños. ¿Quizás soñó José con lo que había descubierto despierto? José se ha dado cuenta de lo que se nota en María y entra en duda de qué actitud debe tomar ante tal suceso, no sabe qué hacer. Hasta se le ocurre despedirla en secreto. Con estos pensamientos se acuesta, se duerme y sueña.   ¿Qué sueña San José? ¿Qué se le representa a San José en sueños? Lo que ha imaginado y soñado despierto. Que María es una criatura encantadora, una joven responsabílisima. Que María no ha podido hacer nada innoble. Y que Dios no ha podido permitir que un desalmado la haya desflorado. ¿Qué habrá pasado? ¿Quizás ha intervenido milagrosamente el Todopoderoso y por obra del Espíritu Santo María está encinta, como profetizó el profeta Isaías? Porque los signos de una maternidad son evidentes. ¿Qué hago? Y en el sueño se agolpan los pensamientos. ¿Darle el libelo de repu

EL ÚLTIMO ADVIENTO DE SAN JUAN DE LA CRUZ (1 de 4)

    El último adviento de San Juan de la Cruz es el que vive en Úbeda, en 1591, enfermo en su celda y doliente. Muere en ese adviento. La esperanza y la alegría de San Juan de la Cruz se han ido desarrollando de una manera estupenda a lo largo de toda su vida. Juan de la Cruz era apacible, alegre, afable, enemigo de la melancolía en si y en los otros. No se reía descompasadamente, sino con una afabilidad que tocaba, pegaba alegría. Procuraba que sus súbditos no saliesen nunca tristes de su presencia. Era alegre, optimista. Ve el mundo vestido de alegría y hermosura, "de aquella infinita hermosura sobrenatural de la figura de Dios (que el Verbo), cuyo mirar viste de hermosura y alegría el mundo y a todos los cielos (CE 6,1). ¡Qué bonito es verlo todo vestido y derramando la alegría de Dios, todo vestido y derramando Encarnación y Navidad! Alegría que nace, como de su fuente, de su esperanza viva, de su gran esperanza. San Juan de la Cruz hizo suya la exhortación de San Pablo: Vivid

EL ÚLTIMO ADVIENTO DE SAN JUAN DE LA CRUZ (4 de 4)

La esperanza de ir al cielo, que se apoya en el amor de Dios que nunca falta, es una esperanza de gloria y ciertísima, esperanza del cielo tanto alcanza cuanto espera, y así, cuando oye las campanas de la Iglesia del salvador, pregunta: ¿a qué tañen? A maitines, le dicen ¡Gloria a Dios, que al cielo los iré a decir! Los maitines que Juan de la Cruz va a cantar al cielo son los de nuestra Señora, ya que en ese día, en el que él iba a morir, se celebraba la liturgia de Santa María en sábado. Esta nota de amor mariano no era algo improvisado sino culminación de una devoción vivida larga e intensamente. Al deseo del cielo le llevaba suavemente la devoción a María. Solía decir que "por pequeña que fuese la imagen de la Virgen nuestra Señora pintada, cuando la miraba, le causaba aquel amor, respeto y claridad en el alma, como si la viera en el cielo" (BMC 14,168). San Juan de la Cruz muere el 14 de diciembre de 1591, en plena celebración del Adviento, que para él, aquel año, acabó