Digo los
pequeños servicios, pero para Dios no hay pequeños servicios porque en ello se
trata de dar la voluntad a Dios Padre y cuando se trata de dar la voluntad a
Dios no hay cosa pequeña, porque el más grande es precisamente dar la voluntad
a Dios ya que Dios no mira la materialidad de las obras sino el amor, la
voluntad con que se hacen.
Me refiero a
esas pequeñeces que san José te presenta siempre en la vida real que es de
comunicación con muchas personas ¡Cuántas pequeñas cosas de bien que nos
presenta al hilo de cada día que pudimos hacer y no hicimos! ¡Cuántas pequeñas
mortificaciones que pudimos aprovechar para el bien de los demás y no las hemos
aprovechado! Como una sonrisa cuando no tengo ganas de sonreír, con lo barata
que es una sonrisa, una palabra amable cuando estás malhumorado, un devolver
siempre bien por el mal que te hagan, un acompañar a una persona indefensa, no
hacer nunca a nadie lo que no quieres que te hagan a ti, ayudar a una
persona mayor a llevar la carga que porta, un gesto amable cuando te sientes a
punto de estallar, un callarte a tiempo cuando tienes ganas de responder, no
molestar al vecino, no juzgar ni condenar nunca a nadie, no rechazar la mano
que se te ofrece con amor. tomar una posición o actitud mortificativa, de
contención cuando sientes en tu sangre
ganas de saltártelo todo a la torera, llevar con paciencia y sufrir con amor
las contrariedades diarias de la vida,
aguantarlo todo, sufrirlo todo , gozarlo todo por amor a Jesucristo, ya comáis,
ya bebáis , ya hagáis cualquier otra cosa hacedlo todo para gloria de Dios
Padre en Cristo Jesús (1Cor 3,2; Col 3,17), Amar a Jesucristo y hacerlo todo
para mayor gloria de Dios Padre en Cristo Jesús, consiste en no consentir nunca
en nada que la conciencia me dice que es
contrario a la voluntad de Dios
Padre, que debe ser nuestro alimento espiritual de cada día y cada momento,
como lo fue de Jesús. Un poeta pregunta a san José: San José ¿Qué deparaste en
mi vida? Y san José responde: pequeñas cruces a tu medida.
Si de estos
pequeños servicios pasamos a los más grandes, tenemos la lista de las obras de
misericordia: 14 espirituales y 14 materiales. Preparémonos determinando de
llevar a cabo todas las que se me presenten, aunque no tenga ganas de hacerlas,
aplicándonos a nosotros las palabras que dice Jesús en el Evangelio: “tuve
hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber… lo que hayáis
hecho a cualquiera de mis pequeños hermanos a mí mismo me lo habéis hecho” (Mt
25,23-36).
Voy a
fijarme en algunas. Si tratamos de obras de misericordia corporales leamos la
parábola del buen Samaritano, que es el mismo Jesús. En el viaje de Jerusalén a
Jericó se encuentra con un hombre moribundo, como lo dejaron unos ladrones. Se
para, le hace las primeras curas, toma a moribundo y los sube a su cabalgadura,
lo lleva al mesón, le paga dos denarios y dice a posadero que cuide de él y que
cuando vuelva le pagará todo lo que haya gastado con él (Lc 1º,30-36). ¡Qué
contraste con el comportamiento del sacerdote y el levita que pasan de largo
sin hacer caso del moribundo y lo tenían por oficio! Y dirigiéndose al Doctor
de la Ley que le había preguntado ¿Quién es mi prójimo? le dice y en él a
todos: Vete y haz tú lo mismo.
Si se trata
de visitar y curar a los enfermos ¡Cuántos miles de enfermos de toda case de
enfermedades no curó Jesús! A nosotros nos pide que si encontramos en nuestra
vida alguien a quien podemos visitar o ayudar que no dejemos pasar la ocasión.
Jesús no solo curaba a los enfermos, sino que también los visitaba para
curarlos. Es el caso de la niña de 12 años, hija del jefe de la sinagoga. Entra
en la habitación con solos sus tres discípulos Simón, Santiago y Juan y el
padre y la madre. La gente se ríe porque ha dicho que la niña está dormida. La
toma de la mano y la dice: Niña, despierta y al instante se levantó y Jesús
mandó que la diesen de comer (Lc 8, 49-55).
Si se trata
de enseñar al que no sabe nadie como Jesús, el MAESTRO, ha enseñado una
doctrina más sencilla y sublime sobre el amor:
Amaos los unos a los otros como yo os he amado; sobre la vida eterna: en
esto consiste la vida eterna en que te conozcan a ti y a tu amado hijo
Jesucristo; sobe el valor del sufrimiento como expresión y prueba del amor: No
hay mayos amor que dar la vida por los que se aman. Y así podríamos recorrer
todo el Evangelio y no solo la enseñanza con palabras sino también con obras
que, como dice san Agustín, enseñan más que las palabras Las gentes sencillas
se maravillaban de su doctrina, porque les enseñaba como quien tiene autoridad
y no como los escribas (Mc 1,27).
Si de perdonar
las ofensas, leamos la parábola del hijo pródigo que este, después de disipar
su herencia en una vida disoluta, al volver a la casa del padre, este lo ve de
lejos y corre hacia él y le llena de amor y de besos. Le viste lo mejor que
tiene y hasta manda matar al animal que se cebaba todo el año para celebrar la
fiesta de familia. No le dice ningún reproche. Todo es fiesta y alegría y es
que el hijo estaba muerto y ha resucitado y vive, está en casa. Es a este padre
a quien tenemos que imitar para perdonar las ofensas que nos puedan hacer,
perdonando de corazón.
Consolar al
triste. Jesús lo ha hecho muchísimas veces. Su vida ha sido una consolación
para todos a los que ha se ha acercado a Él. En el Evangelio nos dice: Todos
los que estéis agobiados y cansados venid a mí y yo os aliviaré, os daré
descanso (M 11,28). Jesús, que sufrió una tristeza infinita (Lc 22,42-44),
sigue siendo el CONSOLADOR de los tristes. Es el consuelo y la alegría que
llevó al corazón de Pedro, cuando, estando en la casa de Caifás, al pasar
delante de él le miró; qué cantidad y calidad de amor vería en su mirada
amorosa, que salió fuera y lloró amargamente por la triple negación que de Él
había hecho, y también gozosamente por la alegría que Jesús puso en el
arrepentimiento. Hay lágrimas de alegría.
P. Román Llamas. Ocd
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