En
el número 38 del Documento la Vita
consecrata, precioso y práctico para las personas consagradas, leemos:
“Cercana a Cristo, junto con José en la vida oculta de Nazaret, presente al
lado del Hijo en los momentos cruciales de su vida pública, la Virgen es
Maestra de seguimiento incondicional y de servicio asiduo” (N. 38) “Sabiendo
bien que identificarse con el tipo de vida de pobreza y virginidad de Cristo,
significa asumir también el tipo de vida de María” (Ibidem). Tipo de vida en
servicio como la de Cristo. “Por eso la relación filial con María es el camino
privilegiado para la fidelidad a la vocación recibida y una ayuda eficacísima
para avanzar en ella y vivirla en plenitud” (Ibidem). Vocación que, como la de
Cristo y María es de servicio incondicional. No hemos venido ni hemos sido
consagrados para ser servidos sino para servir a los demás, a la Iglesia.
San
José participa también de este aspecto esencial de la inefable grandeza de
María, su esposa. También la vida de José fue un puro servicio y continuado a
Jesús y María. Desde la eternidad le predestinó y le hizo y formó Dios para que
fuese Custodio de Jesús y de María y con qué hermosura y solicitud llevó a cabo
esta misión. No cometió el menor fallo. Sirvió a Jesús niño y joven en el
amarle, nutrirle, cuidarle, enseñarle, educarle, formarle, defenderle. “San
José ha sido llamado por Dios para servir directamente a la persona y a la
misión de Jesús mediante el ejercicio de la paternidad; de este modo coopera en
la plenitud de los tiempos en el gran misterio de la redención y es
verdaderamente ministro (servidor) de la salvación…Toda la vida privada o
escondida de Jesús ha sido confiada a su custodia” (RC 8). Me da devoción y gozo figurarme a san José
llevando a su hijo Jesús al mercado de Séforis y enseñarle a servir a los
pobres que encontraban, dándoles una limosna. Enseñanza que me recuerda una
estampa del siglo XIX, en la que aparece san José con su mano sobre el hombro
del Niño y con la izquierda indicándole un pobre que está sentado en el suelo y
al Niño dándole una moneda.
P.
Román Llamas, ocd
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