Ir al contenido principal

SAN JOSÉ ESPOSO DE MARÍA (2 de 4)


Que san José es esposo de María es lo primero que nos recuerdan los evangelios: san José marido de María, vir Mariae, desposada con José, (Mt 1,18-19.21¸Lc 1,21; 25...27..33.48). San José es una auténtico y verdadero esposo de María. San José aporta al matrimonio un corazón joven, divinizado por torrentes de amor que el Espíritu Santo ha derramado sobre él, profundamente religioso, reflexivo, de finos y nobles sentimientos. San José es un esposo que vive de amor, que pone el amor como base de su vida matrimonial, como la pone María su esposa. Él sabe que el amor es lo único que permanece para siempre. Un enfermo puede conservar entera su capacidad de amar; pueden amar el paralítico, el moribundo, el condenado a muerte, el probado duramente. Y es la capacidad que puede llegar a cotas altísimas cuando lo fecunda el Espíritu Santo. Y ese es el caso de san José. El Espíritu Santo bajó sobre él, como se significa en la leyenda de la vara florida y bajada del Espíritu en forma de paloma y se posó sobre la cabeza del joven José. El Espíritu es Amor y bajó para plenificar el amor de san José que va al matrimonio con María, movido por un amor inefable.

Como recuerda san Juan Pablo II ante las palabras de que José tomó a María, su mujer en su casa, porque lo que en ella había era del Espíritu Santo “¿No habría que concluir que también su amor como hombre ha sido regenerado por el Espíritu Santo? ¿No habría que pensar que el amor de Dios que ha sido derramado en el corazón humano, por medio del Espíritu Santo (cfr Rom 5,5) configura de modo perfecto el amor humano? Este amor de Dios forma también -y de modo muy singular- el amor esponsal de los cónyuges, profundizando en él todo lo que tiene de humanamente digno y bello, lo que lleva el signo del abandono exclusivo de la alianza de las personas y de la comunión auténtica a ejemplo del Misterio trinitario.  

La profundidad de esta proximidad esponsal, es decir, la intensidad espiritual de la unión y del contacto entre personas -entre el hombre y la mujer-  proviene en definitiva del Espíritu Santo que da la vida (cfr Jn 6,63), José obediente al Espíritu encontró justamente en Él la fuente del amor, de su amor esponsal de hombre y este amor fue más grande que el que de aquel “varón justo” podía esperase según la medida del propio corazón humano” (RC 19).


P. Román Llamas, ocd

TEXTO COMPLETO



                                                                                      


Comentarios

Entradas populares de este blog

EL SUEÑO DE SAN JOSÉ (1 de 5)

La revelación del misterio que el Espíritu Santo realiza en María, su mujer, dice el evangelio que se lo manifestó a José en sueños. ¿Quizás soñó José con lo que había descubierto despierto? José se ha dado cuenta de lo que se nota en María y entra en duda de qué actitud debe tomar ante tal suceso, no sabe qué hacer. Hasta se le ocurre despedirla en secreto. Con estos pensamientos se acuesta, se duerme y sueña.   ¿Qué sueña San José? ¿Qué se le representa a San José en sueños? Lo que ha imaginado y soñado despierto. Que María es una criatura encantadora, una joven responsabílisima. Que María no ha podido hacer nada innoble. Y que Dios no ha podido permitir que un desalmado la haya desflorado. ¿Qué habrá pasado? ¿Quizás ha intervenido milagrosamente el Todopoderoso y por obra del Espíritu Santo María está encinta, como profetizó el profeta Isaías? Porque los signos de una maternidad son evidentes. ¿Qué hago? Y en el sueño se agolpan los pensamientos. ¿Darle el libelo de repu

EL ÚLTIMO ADVIENTO DE SAN JUAN DE LA CRUZ (1 de 4)

    El último adviento de San Juan de la Cruz es el que vive en Úbeda, en 1591, enfermo en su celda y doliente. Muere en ese adviento. La esperanza y la alegría de San Juan de la Cruz se han ido desarrollando de una manera estupenda a lo largo de toda su vida. Juan de la Cruz era apacible, alegre, afable, enemigo de la melancolía en si y en los otros. No se reía descompasadamente, sino con una afabilidad que tocaba, pegaba alegría. Procuraba que sus súbditos no saliesen nunca tristes de su presencia. Era alegre, optimista. Ve el mundo vestido de alegría y hermosura, "de aquella infinita hermosura sobrenatural de la figura de Dios (que el Verbo), cuyo mirar viste de hermosura y alegría el mundo y a todos los cielos (CE 6,1). ¡Qué bonito es verlo todo vestido y derramando la alegría de Dios, todo vestido y derramando Encarnación y Navidad! Alegría que nace, como de su fuente, de su esperanza viva, de su gran esperanza. San Juan de la Cruz hizo suya la exhortación de San Pablo: Vivid

EL ÚLTIMO ADVIENTO DE SAN JUAN DE LA CRUZ (4 de 4)

La esperanza de ir al cielo, que se apoya en el amor de Dios que nunca falta, es una esperanza de gloria y ciertísima, esperanza del cielo tanto alcanza cuanto espera, y así, cuando oye las campanas de la Iglesia del salvador, pregunta: ¿a qué tañen? A maitines, le dicen ¡Gloria a Dios, que al cielo los iré a decir! Los maitines que Juan de la Cruz va a cantar al cielo son los de nuestra Señora, ya que en ese día, en el que él iba a morir, se celebraba la liturgia de Santa María en sábado. Esta nota de amor mariano no era algo improvisado sino culminación de una devoción vivida larga e intensamente. Al deseo del cielo le llevaba suavemente la devoción a María. Solía decir que "por pequeña que fuese la imagen de la Virgen nuestra Señora pintada, cuando la miraba, le causaba aquel amor, respeto y claridad en el alma, como si la viera en el cielo" (BMC 14,168). San Juan de la Cruz muere el 14 de diciembre de 1591, en plena celebración del Adviento, que para él, aquel año, acabó