Muchos santos, pero uno singular, no sólo
por ser el primero en la lista, sino por razón de sus vivencias espirituales
especiales con él, por su amistad con él: este es San José. Como muchos amigos
y confidentes, pero un especial: el P. Gracián. Para Santa Teresa San José es
único y más que alistarlo con los otros santos él se mueve en la esfera de
Jesús y María; con ellos forma categoría aparte.
Entre Santa Tersa y San José se establece
una vida de relaciones amistosas que se hacen en ella cada día vivencias más
fuertes, experiencia honda, intimísima y prolongada por muchos años. Por eso lo
que nos enseña sobre San José es fruto de esta experiencia personal; no habla
de lo que aprendió en los libros, que alguno debió leer sobre San José, ni de
lo que oyó en los sermones que oía, al menos cada año cuando procuraba hacer su
fiesta con toda la solemnidad que podía (V 6,7). No dice nada de San José que
no sepa por experiencia.
Estas relaciones entre Santa Teresa y San
José se inician ya en su niñez. Una alusión a ella podemos ver en estas
palabras de la Santa: “Con el cuidado que mi madre tenía de hacernos rezar y
ser devotos de nuestra Señora y de algunos santos” (V 1,1). Desde su entrada en
la Encarnación, a sus veinte años, estas relaciones son patentes, vivas y
fuertes; hasta se hace proselitista de su devoción. San José entró en el
pequeño grupo de personas íntimamente unidas a ella. Y sabemos qué dosis de
bien querer, qué poder de sincero afecto ponía la Santa en el amar: con
relación a su padre; en las amistades: su gran amistad con teólogos y santos;
aún en las sencillas afecciones: la lucha para liberase de ellas antes de la
conversión definitiva.
P. Román Llamas, ocd
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