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EL NIÑO SE PIERDE EN EL TEMPLO (1)

Jesús, bajo su responsabilidad, se quedó en Jerusalén y se perdió en el templo, ierón, en el ara del templo para distinguirlo del santuario, naós (Lc 1,21); seguramente en el pórtico de Salomón, donde más tarde enseñarán los apóstoles (Act 3,11;5,12.21.25); la sabiduría de este rey era bien conocida. Se quedó en la casa de su Padre para dar a entender que debe ocuparse de las cosas de su Padre y que sólo la voluntad de su Padre del cielo ata su obediencia y le mueve. Exigencia que Lucas refuerza con el término dei, es necesario, que aparece cuando el anuncio de la Pasión (Mc 8,31). Este verbo aparece 18 veces en el evangelio de Lucas y 24 en el libro de los Hechos de los apóstoles, convirtiéndose en un término típicamente lucano, comparado con el uso que de él hacen otros autores del N.T. y que significa la urgencia y necesidad de que la intención de Dios, una vez revelada, ha de cumplirse y con relación a Jesús significa el deber, la voluntad  que el Padre le impone y que este toma sobre sí mismo y que se realiza plenamente en el hecho del misterio pascual (cfr Lc 9,22; 13,33; 17,25; 22,37; 24,7.44 etc).

Mirada la escena desde el lado de San José, Juan Pablo II resume así este misterio, comenzando por notar que Jesús participó como joven peregrino junto con María y José en la visita al templo de Jerusalén, con ocasión de la Pascua, “y he aquí que, pasados los días de la fiesta, mientras tomaban el camino de retorno, el Niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin saberlo sus padres” (Lc 2,43). Interpretando el hecho desde la perspectiva familiar “al darse cuenta, después de un día, se ponen a buscarlo entre familiares y conocidos” que van en la caravana. Al no encontrarlo se vuelven a Jerusalén, continúan la búsqueda y vienen a “encontrarlo en el templo, después de tres días, sentado en medio de los doctores de la ley escuchándoles y preguntándoles”, que le habían acogido, como acostumbraban a hacerlo con los jóvenes nuevos que venían a prepararse y llevar a cabo una iniciación religiosa para ser religiosamente maduros, hijos del precepto, y aún después de ella.

P. Román Llamas ocd.

 

 

 

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