Un año después de ser elegido Papa, el 1 de septiembre de 1847 publicó un Decreto: Inclytus Patriarca Joseph por el que a petición de los Cardenales de Roma y de muchísimos fieles del mundo entero extendió a toda la Iglesia, la fiesta del Patrocinio de san José, “con gran gozo de nuestro corazón”, mandando celebrarla el tercer domingo después de Pascua y la hace fiesta de precepto. Esta fiesta ya se celebraba en diversas Órdenes religiosas y diócesis en Europa, Estados Unidos y Canadá. A los primeros que les fue concedido por Inocencio XI en 1680 celebrar esta fiesta fue a los carmelitas descalzos de España e Italia.
En este Decreto san José es presentado
como mediador misericordioso y eficaz patrono delante de Dios, que alcanza con su
valiosísima intercesión lo que la posibilidad humana no puede conseguir. Esta
protección valiosísima se extiende a todas las necesidades de alma y cuerpo,
como había ya proclamado santa Teresa de Jesús desde su propia experiencia. Y
esta dignidad y poder omnímodo es consecuencia de su elección tan sublime de
ser padre putativo de Jesús, el Hijo unigénito del Padre del cielo, por su
matrimonio con María, y de ser el esposo verdadero de María, la Reina del mundo
y Señora de los ángeles. Se trata de dos títulos únicos y exclusivos suyos, que
exceden inmensamente en dignidad y santidad a cualquier otro título y
prerrogativas, por sublimes que sean, y que le convierten en un Patriarca
ínclito, excelente, eminente, distinguido, único que sobresale extraordinariamente
en dignidad y santidad.
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