Sin
duda el medio más eficaz de evangelización es la oración, que es amar, y unida
al sacrificio, todo lo alcanza de Dios. Es el caso ejemplarizante de Santa
Teresita del Niño Jesús que desde el retiro y soledad en su convento de Lisieux
convirtió muchas más almas que muchos misioneros juntos.
Qué
duda cabe que San José con su oración y súplica a su Hijo, a cuya izquierda
está sentado, contribuye más a la evangelización de los pueblos que todos los
santos juntos, exceptuada la Virgen María. Si ayuda en todas las necesidades,
la necesidad de la evangelización es de primer orden en la Iglesia, cuya
identidad más profunda es precisamente evangelizar. Ay de la Iglesia si no
evangelizare.
Y
con la oración la vida, que es toda ella oración, orad sin interrupción, nos
dice Jesús, y de esto sirve la oración de que nazcan siempre obras, obras de
virtudes fuertes y sólidas. San José evangeliza con el testimonio de su vida
santísima. “La Iglesia, además de en la certeza de su segura y omnipotente
intercesión a su Hijo, cree y confía en el ejemplo egregio y
valiosísimo de su vida, un ejemplo que supera los estados particulares de
vida y propone a toda la comunidad cristiana cualesquiera que sean las
condiciones de cada fiel” (RC 30). ¿No es el primer evangelizador, preparando a
Jesús con su custodia amorosa y su servicio continuo como Salvador del mundo, e
imponiéndole el nombre de Jesús, que significa perdonador de todos los pecados?
La
evangelización se lleva acabo principalmente con la vida, con la santidad
de vida de cada día, más que con las palabras. Las palabras pasan, los
testimonios permanecen. El Papa Francisco en la homilía pronunciada en la
Basílica de San Pablo extramuros (14.4.2013) dijo que el anuncio del Evangelio
no consiste sólo en palabras sino que la fidelidad a Cristo entra en la vida
que queda transformada, recibe una nueva dirección y es, precisamente, nuestra
vida con la que damos testimonio de la fe y del amor a Cristo. Vivida en lo
cotidiano de las relaciones de familia, de trabajo, de amistad. Hay santos del
día a día, los santos ocultos, una especie de clase media de santidad,
como decía un escritor francés, de la que todos podemos formar parte. Y
recuerda el dicho de San Francisco a sus frailes: Predicad el Evangelio, si
fuese necesario también con la palabra.
Es
el caso de San José. Él no predica con la palabra, pues el Evangelio no nos
conserva palabras suyas, bueno solo una: Jesús: que las resume todas y en la
que se encierran todas las gracias y bendiciones de Dios Padre y, cuando José
la pronunció en la circuncisión del Niño, hace intención de que se perdonen
todos los pecados del mundo, que esto significa el nombre de Jesús, como le
dijo el ángel cuando le anunció que se lo impusiese al hijo que iba a
nacer de su esposa la Virgen María.
José
evangeliza con sus obras. Todas sus obras están al servicio de
Jesús, cuyas acciones todas, son obras salvadoras y redentoras. Lo fueron
en su vida y lo siguen siendo ahora mismo. Como dice Pablo VI, citado por la Redemptoris
Custos: “además la Iglesia lo invoca como protector con un profundo y
actualísimo deseo de hacer florecer su terrena existencia con genuinas virtudes
evangélicas, como resplandecen en San José.” (RC 30).
La
Iglesia pide a san José, a quien confía los primeros misterios de la
salvación de los hombres, “que le conceda colaborar fielmente en la obra de la
salvación, que le dé un corazón puro, como San José que se entregó por entero a
servir al Verbo Encarnado y que por el ejemplo y la intercesión de San José,
servidor fiel y obediente, vivamos siempre consagrados en justicia y santidad” (RC
31).
San
José con el ejemplo de su vida, cooperando a la obra salvadora de Cristo, cuyos
frutos se aplican hoy a los cristianos y a todos los hombres, está colaborando
a la santidad de la Iglesia, a la salvación de la misma y con el olor de sus
virtudes sencillas y evangélicas, pero heroicas, nos está estimulando a
vivir nuestra vida de hijos de Dios, está colaborando a la aplicación de los
frutos de la redención a todos los hombres, está colaborando a nuestra
salvación, a que vivamos en santidad y justicia. Y esto es evangelizar.
Podemos
decir que San José, como decimos de María, que, con sus virtudes evangélicas
sencillas, pero heroicas, es un evangelio viviente, un evangelio testimonial de
vida.
Con
el ejemplo de sus virtudes, auténticamente evangélicas, con el testimonio de su
vida singular de servicio a Jesús y de María y en unión con ellos, atrae a la
fe a los no creyentes, como atrajo poderosamente a aquellos primeros
convertidos de México y otras naciones de
América.
P.
Román Llamas, ocd
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