Y en esa bodega
de mi Amado bebí. San José esta siempre en esa interior bodega, que es su Hijo,
Dios como el Padre, y está bebiendo siempre...San José está transformado en
Dios amor y en esa transformación está bebiendo de su Amado según la sustancia
del alma y según sus potencias espirituales y bebe sobre todo amor, porque Dios
es AMOR. Metióme dentro de la bodega y ordenó en mí la caridad (Cant. 2,1). En
la sustancia del alma bebe amor deleitoso, en el entendimiento sabiduría de amor
y en la voluntad amor, “dióme a beber amor metida dentro en su amor…ordenó en mi
la caridad, lo cual es beber el alma de su Amado su mismo amor, infundiéndoselo
su Amado”. (CE 26,7).
En esta misma
canción, comentando el verso que ya cosa
no sabía que donde no se sabe a Dios no se sabe nada. Lo alto de Dios es
insipiencia y locura para los hombres y que el alma por el endiosamiento y
levantamiento de mente en Dios queda como robada y embebida en amor, toda hecha
en Dios y no la deja advertir a cosa alguna del mundo, porque no solo en todas
las cosas, mas aún de si queda enajenada y aniquilada, como resumida y resuelta
en amor, que consiste en pasar de si al Amado. “Y así está el alma en este
puesto en cierta manera como Adán en la inocencia, que no sabía qué cosa era el
mal; porque está tan inocente, que no entiende el mal; y otras cosas muy malas
y las verá con sus ojos y no podrá entender que lo son, porque no tiene en si
hábito de mal por donde lo juzgar, habiéndole Dios raído los hábitos imperfectos
y la ignorancia en que cae el mal del pecado con el hábito perfecto de la
verdadera sabiduría” (CEV 26, 14).
He ahí un
retrato maravilloso de San José. Dios le ha raído el “fomes peccati”, la
inclinación al mal, el hábito del mal y no tiene por donde juzgarlo mal. Y así vio
a su Esposa embarazada y no pudo pensar mal de ella, sino con caridad que cubre
la multitud de los pecados (1 Ped 4,8). Experimentó en si mismo la búsqueda de
un lugar para que naciera el Hijo de Dios y no lo encontró, pero nunca pensó
mal de nadie y tuvo que recogerse en una cueva y no juzgó a nadie; leyó el edicto
del Emperador romano de que todos se inscribiesen en el lugar de sus orígenes y
no lo juzgó mal, antes bien la vio como ley de Dios a través del Emperador y la
cumplió a las mil maravillas. Y así otras mil cosas más. Cumplía lo que más
tarde predicará Jesús: “No juzguéis”. Todo lo veía e interpretaba desde la
bondad inmensa de su corazón. ¡Qué bueno es san José! exclama santa Teresita del
Niño Jesús. Dice ella que habría clientes que criticaban sus obras y algunos
quizás que no pagaban los trabajos que realizaba (CA 20.814). Veía, sin duda,
en ello la providencia de Dios que todo lo ordena y dirige para bien de sus hijos.
P. Román Llamas, ocd
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