Y todo este inmenso caudal de gracia y de
virtudes lo fue desarrollando san José admirable y maravillosamente en la vida
de familia con Jesús y con María. Le podemos aplicar, pero en grado supremo con
relación a todos los demás santos, lo que dice san Juan de la Cruz: “Y
porque con esta gracia ella (el alma) está delante de Dios engrandecida,
honrada y hermoseada, como habemos dicho, por esto es amada de él
inefablemente. De manera que si antes que estuviese en su gracia –esto no se da
en san José porque siempre estuvo en la gracia de Dios y en verdad suma y
plena- por sí solo la amaba, ahora que está en su gracia –y en san José en
grado sumo después de María- no solo la ama por si sino también por ella.
Y así, enamorado de su hermosura, mediante los efectos y obras de ella, ahora
sin ellos, siempre va él comunicando más amor y gracias, y como la va honrando
y engrandeciendo más, siempre se va más prendando y enamorando de ella” (CE
c.33,7). No dejó Dios de derramar gracias sobre san José, “porque cuando
Dios ve al alma graciosa a sus ojos, mucho se mueve a hacerla más gracia, por
cuanto en ella mora bien agradado” CE c,33,7).
Y si en el corazón de María no hubo nunca
la menor mota de imperfección, porque en todo la movía únicamente el Espíritu
Santo, en el alma de José no cupo la menor pizca de pecado -tenía borrado el fomes
de la concupiscencia-. Y si María santísima es más santa y perfecta que todos
los ángeles y santos de una manera singular, San José, su esposo, es santísimo
y justísimo en grado inferior a ella, pero inmensamente superior a todos los
santos y justos.
Para encarecer el engrandecimiento
singular de san José basta decir que es el esposo de María, la Madre del Hijo
de Dios y por su matrimonio con ella el Padre de Jesús, solo dependía de Dios
Padre y de su Espíritu Santo el arrearlo con más o menos gracia, virtudes y
privilegios. Qué duda cabe que le regalaron todo lo que es capaz de recibir una
pura criatura, después de María. Le formaron, le plasmaron el más bueno, el más
dulce, el más afable, el más misericordioso, el más tierno, el más padre… que
cabe en un puro hombre, después de la Virgen María, para que así pudiese tratar
a su Hijo y a su madre María. Y es que cuando Dios destina a uno a una misión
le dota de todas las cualidades necesarias y convenientes para llevarla a cabo
con dignidad y perfección. Podemos decir que en cierto sentido en san José se
agotaron la sabiduría y el poder de Dios Padre y de su Espíritu Santo. En San
José no pudieron y no supieron hacer más ni derramar más gracias y dones, no
porque no supieran y pudieran, sino porque san José, puro hombre, no tenía
capacidad para recibir más de lo que le regalaron. De ahí el inmenso
engrandecimiento de san José por encima de todos los santos y todos los ángeles
¿Que santo ha tenido el privilegio de mandar y cuidar de mismo Dios encarnado? ¿Qué
santo tiene el privilegio de estar en cuerpo y alma en el cielo a la izquierda
de Jesucristo, y esto determinado desde toda la eternidad por el Padre del
cielo, y poder ayudar en todas las necesidades? Solo a él después de
María le ha dado Jesús todo para que pueda derramarlo a manos llenas a cada uno
de sus fieles y a todos. Que lo diga santa Teresa de Jesús. Es pena grande que
teniendo un tesoro tan riquísimo en san José no lo aprovechemos más.
P.
Román Llamas,ocd
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