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CONSAGRACIÓN A MARÍA


He ahí a tu Madre: Cuando escuchamos estas palabras las entendemos cargadas de un contenido riquísimo que se ha ido agrandando a lo largo de los siglos de la Iglesia, por las intercesiones de misericordia de María. Sí, María es mi madre y como expresión de su amor de madre me ha entregado el santo Escapulario en las manos de san Simón Stock.

Me lo ha regalado como signo de mi consagración a Ella. El Escapulario es una hoguera de amor encendida de una chispa salida del corazón inmenso de María, reconociendo en él la consagración al Corazón Inmaculado de María. El Escapulario me recuerde en mi consagración a Ella que es mi Madre amorosísima y generosísima. Y como Madre que me quiere siempre junto a Ella, me ha regalado el don del Escapulario, como prenda de su amor, con él ha querido asegurar mi salvación eterna y el estar siempre con Ella. Salvación que tengo asegurada ya en la vida por su promesa ¿Qué es la vida eterna? La vida eterna es que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo (Jn 17,3) Y la salvación eterna es tener, junto al Padre y al Hijo, la presencia y el amor de María y eso lo tenemos ya aquí por el Escapulario y se perpetuará en el cielo

Y no se trata de un asunto de poca importancia sino de la consecución de la vida eterna en virtud de la promesa hecha, según la tradición por la santísima Virgen María, se trata en otras palabras, del más importante de todos los negocios y del modo de llevarlo a cabo con seguridad (Cta de Pío XII).
        
De otra parte, nos recuerda que mi consagración lleva consigo una imitación de las virtudes de María, de sus virtudes evangélica y sencillas de la Virgen. El Escapulario es memorial de María y de sus virtudes que nos recuerda el rezo diario de las oraciones a que uno se comprometió cuando se lo impusieron.

Estas virtudes son humildad y castidad. Humildad, María es la sierva del Señor, la siervecilla dice san Teresita, siendo la Madre el Salvador - ¿De dónde a  mí que la Madre de mi Señor  venga  a visitarme?- (Lc 1,43), se considera la sierva, porque como dice Jesucristo en el Evangelio, el que sea el primero y el mayor, hágase esclavo y siervo de todos. Es lo que hace María y me recuerda el Escapulario. ¿Quién se atreverá a envanecerse?

Entre estas virtudes el Escapulario destaca como simbolismo elocuente de la oración, con la cual se invoca el auxilio divino. La oración como trato de amistad con Dios, en ella bendecimos pedimos y agradecemos; la oración como diálogo filial de amor con María, en el que nos desahogamos como verdaderos hijos. El Escapulario llevado con amor y agradecimiento a María es una oración continua, porque te hace vivir en continuo trato de amor con María, la Virgen del Carmen.

La oración es esa preciosa margarita que con tanta soledad y con tanto desprecio del mundo buscaban como el mejor tesoro aquellos primeros carmelitas del Monte Carmelo.

 Vivir la consagración a la Virgen del Carmen es dar cabida en nuestra vida a una oración perseverante, a un trato de amistad con la Virgen María; es dar cabida amplia  a la oración, en nuestra vida diaria a “Un impulso del corazón o una sencilla mirada, lanzando hacia el cielo un grito de reconocimiento y amor, tanto desde dentro de la prueba como desde dentro de la alegría” (Santa Teresita MC 25r). La oración es una cosa grande, sobrenatural, la palanca que mueve al mundo.

El Escapulario me está recordando esa preciosa margarita, ese mejor tesoro de la oración que la Madre Teresa, enamorada hija de la Virgen del Carmen, cuyo habito, cuyo escapulario se alegraba de llevar, aunque indigna, dice ella, y cultivó con esmero y perseverancia y la llevó a convertirse en Maestra y Doctora de la oración para la Iglesia.

Trato de oración que necesariamente te lleva a vivir las virtudes de María. De esto sirve la oración, dice santa Teresa, de esto sirve el matrimonio espiritual, que es la oración elevada al cubo, de que nazcan siempre obras, obras de virtudes, de virtudes fuertes y evangélicas, esas que nos enseñan Jesús y María.

Dice san Pablo VI: “Estímense las prácticas y ejercicios de devoción a la Santísima Virgen, que han sido recomendadas por el Magisterio a lo largo de los siglos.

Creemos que entre estas formas de piedad mariana deben contarse expresamente el Rosario, y el uso devoto del Escapulario del Carmen. Esta última práctica por su sencillez y adaptación a cualquier mentalidad ha conseguido difusión entre los fieles con inmenso fruto espiritual (Carta al Cardenal Delegado del Congreso Mariológico y Mariano de Santo Domingo del 2 de febrero de 1965)

El cristiano entregándose filialmente por el Escapulario a María, acoge entre sus cosas propias a la Madre de Jesús y la introduce en todo el espacio de su vida interior y de su persona humana y cristiana, y tiene y valora a María como el más precioso tesoro y de mayor riqueza. Con cuánta razón decía San Pablo VI que no podemos ser verdaderos cristianos si no somos auténticamente marianos. ¿No es la vida cristiana vivir siempre y en todo a Cristo, no anteponiendo nada a él? Pues Jesucristo es el que más ha amado y ama a María.

A esto nos lleva la consagración a la Virgen del Carmen que hoy celebramos, a reconocernos y sentirnos de veras suyos: Somos de le Virgen María. Y al ser de la Virgen María nos hace vivir en su presencia, en su memoria, a acordarnos de Ella. Ella nos recuerda nuestros orígenes cristianos, en Ella empezamos a ser Iglesia de fe, desde Ella somos discípulos amados de su Hijo: he ahí a tus hijos.

Y es al mismo tiempo miembro sobre eminente de la Iglesia, su prototipo y modelo destacadísimo en la fe y en la caridad (LG 53) y en todas las virtudes. Ya en el siglo IV san Ambrosio, obispo de Milán, hacía votos para que en cada uno de los cristianos estuviese el alma de María para glorificar a Dios con el canto del Magnificat. El SÍ de María, a pesar de todas las dificultades a las que se vio sometida, es para todos una lección, un ejemplo, un estímulo. Y desde la vivencia de la consagración a María irradiar a María.

        Una fórmula de consagración puede ser esta de Pío XII con ocasión del VII Centenario del Escapulario del Carmen:

         “¡Oh, María, Reina y Madre del Carmen! Acudo a tus plantas a consagrarme a ti. Pues toda mi vida es poca para pagarte las muchas gracias y bendiciones que Dios me ha conseguido por tus manos. Porque miras con ojos de especial benevolencia a los que visten tu escapulario, te ruego que con fortaleza sostengas mi fragilidad y aumentes en mí la fe, esperanza y caridad a fin de que pueda rendirte el humilde obsequio de mi servicio.
         El Santo Escapulario me sea prenda de especial protección en la lucha cotidiana para que persevere en la fidelidad a tu Hijo y a Ti. Que él me recuerde constantemente la necesidad de contemplarte y revestirme de tus virtudes. Desde ahora prometo esforzarme en vivir unido a tu espíritu y ofrecerlo todo a Jesús por tus manos y convertir mi vida en espejo de humildad, caridad, paciencia, mansedumbre y espíritu de oración.

¡Oh, Madre amantísima! Sostenme con tu amor indefectible para que yo, indigno pecador, pueda un día cambiar tu Escapulario por el “Vestido de bodas” y habitar contigo en el reino de tu Hijo. Amén”

P. Román Llamas, ocd


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