En muchos libros suele haber un capítulo que destaca por algún motivo especial. Eso pasa con el capítulo VI de la Vida de santa Teresa, el libro de las misericordias de Dios para con ella, sobre san José y su devoción profunda a él...“Quisiera persuadir a todos que fuesen muy devotos de este glorioso Santo”.
Se levantó la voz de un joven de
treinta y cuatro años, el P. Domingo Báñez, dominico, que no conocía a santa
Teresa, más que por su compañero el P. Pedro Ibáñez, y solo por amor a la
verdad, como él declaró, defendió a santa Teresa. Ella no había errado ni en la
intención ni en los medios de fundar aquel convento y que era cosa del Obispo
más que de las autoridades civiles. Con este discurso la cosa se paró y “fue
dicho no lo poner luego por obra” (V 36,15), el deshacer el convento
inmediatamente.
Las negociaciones acordadas para tratar
con el Obispo se tuvieron en una Junta General, el Obispo mando de su parte al
Maestro Gaspar de Daza. La Santa dice que defendió el convento como si le fuese
en ello la vida y la honra. En la reunión estaban los prelados de todas las congregaciones
y órdenes religiosas, algunas personas graves de la ciudad y el Corregidor y
algunos regidores y caballeros. Presidió el Sr. Obispo. La discusión fue
acalorada. Todos estaban de acuerdo de que el convento tenía que deshacerse.
Solo lo defendía el Obispo y se decidió que pasase adelante la fundación.
Eran días muy duros y penosos para
la Santa. Pronto se serenó. Estando muy fatigada le dijo el Señor: "¿No sabes
que soy poderoso? ¿De qué temes? Y quedé consolada." (V 36,16)
El pleito duró medio año, como dice
la Santa, y el convento seguía en pie porque el Provincial apoyaba a la Santa.
Uno de lo motivos de ir contra el
nuevo convento era porque la Santa quería fundarlo sin renta. Y después de
tantas dificultades y contradicciones, estaba ya la Santa dispuesta a fundarlo
con renta, cuando se le apareció san Pedro de Alcántara, que acababa de morir y
cuatro días antes le había escrito una carta en la que le decía que por nada
fundase con renta. Él, al que había tenido informado minuciosamente de los
lances del pleito, le escribía conmovido que no temiese la persecución, porque
él se holgaba grandemente de que la contradicción fuese tan grande, porque con
ello aseguraba los fundamentos de la nueva fundación, que no temiese ni le
turbasen nuevas inquietudes y contradicciones del mundo, que él de parte de
Dios le aseguraba el triunfo de tan prolija batalla, que era señal de que el
Señor se había de servir muy mucho de este monasterio, pues el demonio tanto
ponía en que no se hiciese y que de ninguna manera viniese a tener renta.
De buenas a primeras todas las
dificultades se habían desvanecido y el P. Provincial, a petición del Obispo,
dio la licencia deseada y santa Teresa pudo volver a su casa con algunas
religiosas de la Encarnación y con gran contento de las cuatro novicias. Con la
licencia del P. Provincial, fechada el 22 de agosto de 1563, quedó fundado el
convento de san José de Ávila, un año después de comenzado. “Fue grandísimo contento
para mi el día que vinimos” (V 36,21).
Lo que sucedió en la fundación del
primer convento de su Reforma, el de san José de Ávila, fue paradigma de lo que
sucederá en la fundación de los restantes diez y seis que fundó. No hubo
fundación en la que no abundasen las dificultades y contratiempos,
especialmente en los de Sevilla y Burgos. Para santa Teresa, si faltaban estos
ingredientes en la fundación no comenzaba ni iba por buen camino.
Espanta las gracias y mercedes que
su Padre san José le ha derramado en su corazón y en su cuerpo y no le ha
pedido cosa que no se la haya alcanzado de su hijo. ¿Nos damos cuenta de cuántas
cosas le pediría la Santa, conociendo la devoción que le profesa, la fe que
tiene en él, las muchísimas necesidades y peligros porque ha pasado? No es
aventurado afirmar que no hay cosa de alguna monta en su vida y en su obra de
fundadora –y hay santísimas- en la que no haya acudido a su glorioso padre y
señor san José, y que este no se las haya alcanzado todas, porque, aunque la
petición fuera torcida, él la enderezaba para mayor bien de ella. (V 6,7)
Desde esta experiencia y desde esta
conciencia se explica esa llamada urgente y poderosa: "Solo pido por amor de
Dios que lo pruebe quien no me creyere; y verá por experiencia el gran bien que
es encomendarse a este glorioso Patriarca y tenerle devoción." (V 6,8)
San José es padre de Jesús por su
matrimonio con María. Así lo quiso el Padre del cielo en su Decreto de salvación,
que vimos más arriba. El Papa san Juan Pablo II dedica en su Redemptoris Custos un apartado de la II
parte a la paternidad de san José sobre Jesús y en él encontramos afirmaciones
como estas: “Como se deduce de los textos evangélicos, el matrimonio con María
es el fundamento jurídico de la paternidad de José. Es para asegurar la
protección paterna a Jesús por lo que Dios elige a José como esposo de María.
Se sigue de esto que la paternidad de José –una relación que lo sitúa lo más
cerca posible de Jesús, término de toda elección y predestinación (cfr Rom
8,28s.) pasa a través del matrimonio con
María, es decir, a través de la familia” (RC 7).
“Y también para la Iglesia si es
importante profesar la concepción virginal de Jesús, no lo es menos defender el
matrimonio de María con José, porque jurídicamente depende de este matrimonio
la paternidad de José. El hijo de María es también hijo de José, en virtud del
vínculo matrimonial que les une. A raíz de aquel matrimonio fiel ambos
merecieron ser llamados padres de Cristo: no solo ella madre, sino también él
padre, del mismo modo que era esposo de su madre, ambos por medio de la mente,
no de la carne“. (RC 7)
Por eso en el corazón de José se derramó
perfecto el amor humano, pero regenerado por el mismo Espíritu Santo. José
obediente al Espíritu encontró justamente en Él la fuente del amor, de su amor esponsal
de hombre, y este amor fue más grande que el que de aquel `varón justo´ podía
esperarse según la medida del propio corazón humano (RC 19). Lo regeneró y
derramó todo lo que en un corazón humano podía caber para ser digno padre de
Jesús.
Santa Teresa no solo predica el
poder omnipotente de san José ante Jesús, sino que apunta la razón de este
poderío universal de intercesión: San José es padre de Jesús, Jesús es hijo de
José. Aunque no hace más que indicarlo en una frase, como tantas otras
grandezas del Santo, es más que suficiente para ver la fuerza de la misma: es
“que quiere el Señor darnos a entender que, así como le fue sujeto en la tierra,
que como tenía nombre de padre –siendo ayo – le podía mandar, así hace cuanto
le pide. (V 6,6).
San José tiene nombre de padre,
siendo ayo, es decir, encargado de la crianza y educación del Niño y joven
Jesús, Con estas palabras la Santa declara que san José tiene todas las
prerrogativas y cualidades de padre, menos la generación carnal, por eso le
puede mandar. Jesús lo reconoce así y le obedece, como obedece a María, su madre.
Les estaba sujeto, obediente, dice el Evangelio (Lc 2,51). Sujeción y obediencia
que sigue ejercitando en el cielo, mandato que continúa en la gloria, que por eso
san José es ayuda y socorro en todas las necesidades. San José mandaba a Jesús
como a su hijo en la tierra, como a hijo sigue mandándole en el cielo, sus
peticiones son mandatos. Como dice Juan Gersón: San José no pide, manda, no
ruega, ordena. Porque la petición del
marido a la mujer o del padre al hijo, se considera un mandato. Texto tan
citado en todos los tratadistas de san José y tan traído por los predicadores
josefinos, que santa Teresa o lo leyó o lo oyó, sin duda alguna, o las dos
cosas. Y es que como afirman con frecuencia los autores josefinos, en el cielo
no desaparece el precepto de honrar al padre y a la madre sino más bien se
cumple perfectísimamente.
O esta otra razón, traída de
Aristóteles, el filósofo antiguo por antonomasia: El padre, por derecho
natural, tiene siempre imperio y mando sobre los hijos, de tal manera que,
aunque más crezca y se aumente la dignidad del hijo, siempre es considerado
inferior al padre; pues esto mismo pasa en el cielo entre Cristo y san José.
San José es padre de Jesús de una
manera singular y única, su paternidad no tiene parangón. “Oh verdadero padre",
dice un predicador del siglo XVII, de
Cristo Señor nuestro, no solo en la opinión de
los hombres, que le tuvieron por vuestro hijo, sino en el beneplácito de
Dios, que tanta parte os dio en su nacimiento, no solo después que nació, dándoos que le pusieseis
el nombre (lo cual es propio del padre) y fiando de vos su educación (por lo
cual otros son padres de los que no engendraron), sino también antes de su nacimiento para que fuese
concebido; dándoos tanta parte en la pureza de la Virgen, la cual, porque lo
es, es madre suya y os debe a vos el ser
lo uno y lo otro para que seáis padre como ningún otro hombre lo fue ni lo ha
de ser. En fin, no solo es hijo de José porque le pone el nombre, sino que le
pone el nombre porque es hijo de José” (Diego López de Andrade en un sermón
largo de san José).
San José, como padre de Jesús,
condición que no se pierde en el cielo, puede seguir mandándole, aunque, como
ama discretamente, lo único que hace es exponer las necesidades de sus devotos
que confiados acuden a él, porque el amor tiene esas finezas. Dice san Juan de
la Cruz: “el que discretamente ama no cura de pedir lo que le falta y desea,
sino de representar su necesidad para que el Amado haga lo que fuere servido,
como cuando la bendita Virgen dijo al amado Hijo en las bodas de Caná de
Galilea, no pidiéndole directamente el vino, sino diciéndole: “No tiene vino”
(Jn 2,3) (CE 2,8). Y así el Señor Jesús hace en el cielo cuanto le expone su
Padre y Señor san José.
P. Román Llamas, ocd.
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