En muchos libros suele haber un capítulo que destaca por algún motivo especial. Eso pasa con el capítulo VI de la Vida de santa Teresa, el libro de las misericordias de Dios para con ella, sobre san José y su devoción profunda a él...“Quisiera persuadir a todos que fuesen muy devotos de este glorioso Santo”.
Como vemos, atribuye, y con
inmensa alegría, esta gracia a san José y se encomendaba mucho a él. Hay que
colocar esta gracia entre las que dice en el capítulo 6, que no recuerda
haberle pedido hasta ahora cosa que no se la haya concedido, (V 6,6).
P. Román Llamas, ocd.
"En esa vida, una de las más penosas que se puede imaginar porque ni yo gozaba de Dios ni traía contento con el mundo…ratos grandes de oración pocos días se pasaban sin tenerlos, sino era estar muy mala o muy ocupada…Pues para lo que he tanto contado esto es –como ya he dicho- para que se vea la misericordia de Dios y mi ingratitud; lo otro para que se entienda el gran bien que hace Dios a una alma que la dispone para tener oración con voluntad, aunque no esté tan dispuesta como es menester y cómo si en ella persevera –por pecados y tentaciones y caídas de mil maneras que ponga el demonio- en fin tengo por cierto la saca el Señor a puerto de salvación, como me ha sacado a mí" (V 8,2.3.4).
Pasados estos más de 17 años
comienza una vida nueva, otra vida. Hasta aquí era la suya, esta es la de Dios,
que vive Dios en ella. Porque salir tan rápidamente de la vida que vivía de tan
malas costumbre y obras (V cap. 7-8) y darse más a la oración, evitar las
ocasiones, el Señor comenzó muy pronto a
darme muy ordinario oración de quietud, y muchas veces oración de unión que
duraba mucho rato, la llevó a temer no fuese cosa del demonio, ya que se habían
dado casos de mujeres y religiosas
engañadas por el demonio; empezó a temer que ese gusto, deleite y suavidad que
sentía fuese cosa de él, aunque por otra parte veía en mí, gran seguridad de
que era de Dios, en especial cuando estaba en oración, pero no desaparecía del
todo ese temor. Y creció de suerte este miedo que “me hizo buscar con
diligencia personas espirituales con quien hablar” V 23,3).
Como iba adelante este temor, porque
creció la oración y las mercedes de Dios en ella y entendí que era cosa
sobrenatural lo que tenía, porque algunas veces no lo podía resistir y tenerlo
cuando yo quería era excusado, se determinó a tener limpia conciencia y
apartarse de toda ocasión, aunque fuese de pecado venial y suplicando a Dios
que me ayudase, vi que no tenía fuerza para salir con tanta perfección a solas, por algunas afecciones que tenía a
cosas que, aunque de suyo no eran muy malas, bastaban para estragarlo todo (V
23,1-5) .
Le hablaron de un clérigo
letrado, el licenciado Gaspar Daza, sacerdote piadoso y culto, que más tarde
ayudará mucho a la Santa en la fundación de san José de Ávila. Fue a ver a la
Santa y esta le expuso con toda franqueza, como era su costumbre, la situación
de su alma y de su oración. Confesarla no quiso, dijo que era muy ocupado.
El Caballero santo, Francisco de
Salcedo, pariente suyo y hombre muy espiritual, le decía que no se explicaba
que fuese tan imperfecta y que tuviese esas mercedes, que eso era incompatible,
pues esas gracias se dan a personas que está más altas en santidad.
Para informar a los dos de lo que le
pasaba encontró el libro de la Subida al monta
Sión de Bernardino de Laredo que habla de la contemplación y de la oración
de quietud y fue subrayando los pasajes que se referían a lo que ella sentía y
experimentaba, que no podía pensar nada en esos momentos o ratos de la oración
de quietud y de unión. “Pues como dí el libro y hecha relación de mi vida y
pecados, lo mejor que pude por junto que no confesión por ser seglar – el
caballero santo- más bien di a entender cuán ruin era, los dos siervos de Dios
miraron con gran cariad y amor lo que me convenía“ (V 23,14).Aquellos días
había encomendado a muchas personas que la encomendasen a Dios, y ella con
hartas oraciones, “vino a mí y díjome que a todo su parecer de entrambos, era
demonio, que lo que me convenía era tratar con un padre de la Compañía de
Jesús…A mí me dio tanto temor y pena que no sabía que hacerme, todo era
llorar”. Pero en un libro que parece el Señor le puso en las manos leyó lo que
dice san Pablo: Que era Dios muy fiel, que nunca a los que le amaban consentía
ser del demonio engañados (1Cor 10,12)”Esto me consoló muy mucho” (V 23,14-15).
El P. Diego Cetina, jesuita, o san José por su
medio, le devolvió la calma y la serenidad, al asegurarle que todo era espíritu
de Dios conocidamente, le animó mucho y que por ninguna manera dejase la
oración, sino que se esforzara mucho, pues Dios le hacía tan particulares
mercedes, que tendría culpa si no respondía a las mercedes que Dios me hacía.
Estas palabras, dice la Santa: “En todo me parecía hablaba en él, el Espíritu
Santo para curar mi alma, según se imprimía en ella.” (V 23,16).
Pero no se acabaron la angustia y
la incertidumbre hasta que se encontró con Fr. Pedro de Alcántara, del que ha
escrito un panegírico muy laudatorio en el capítulo 26 de la Vida, el año de
1560. Vino a Ávila a negociar la fundación de un convento de frailes
franciscanos en Aldea del Prado con Dña. Guiomar de Ulloa, en cuya casa se
hospedó. Esta, la gran amiga de santa Teresa, pidió al P. Provincial de los
carmelitas permiso para que pudiese pasar la Santa ocho días en su casa. No olvidemos
que en la Encarnación no prometían clausura. Santa Teresa, compartiendo en esos
ocho días de convivencia con Dña. Guiomar y con san Pedro de Alcántara tuvo tiempo y ocasiones de charlar con él,
confesarse y exponerle sin prisas el estado de su alma en la casa o en las iglesias
de la ciudad.
Al exponerle la situación y
estado de su alma, dice la Santa: “vi que me entendía por experiencia que era
todo lo que había menester….me dio grandísima luz, porque al menos en las
visiones que no eran imaginarias no podía yo entender como era aquello, y en
las que veía con los ojos del alma tampoco entendía cómo podía ser” (V 30,4). Le
consoló muchísimo cuando el santo Pedro de Alcántara le aseguró que “estuviese
tan cierta que era espíritu suyo (de Dios), que, si no era la fe, cosa más
verdadera no podía haber ni que tanto pudiese creer” (V 30,5). Doña Guiomar de
Ulloa también supo de este santo: “Después de la sagrada Escritura y de lo
demás que la Iglesia manda creer, no hay cosa más cierta que el espíritu de
esta mujer de Dios” (BMC 2,507).
Húbome grandísima lástima: “Díjome
que uno de los mayores trabajos de la tierra era el que había padecido, que es
contradicción de buenos, y que todavía me quedaba harto, porque siempre tenía
necesidad y no había en esta ciudad quien me entendiese” (V 30,6) Habló con su
confesor y con el Caballero santo para que no la inquietasen.
El gozo de la Santa fue completo:
“dejóme con grandísimo consuelo y contento y con que tuviese la oración con
seguridad y que no dudase de que era Dios y de lo que tuviese alguna duda y por
más seguridad, de todo diese parte al confesor y con esto viviese segura”
(V30.7). “Con todo quedé muy consolada. No me hartaba de dar gracias a Dios y
al glorioso Padre mío san José, que me parece le había él traído, porque era
Comisario General de la Custodia de san José, a quien yo mucho me encomendaba,
y a nuestra Señora” (V 30,7)..
P. Román Llamas, ocd.
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