En muchos libros suele haber un capítulo que destaca por algún motivo especial. Eso pasa con el capítulo VI de la Vida de santa Teresa, el libro de las misericordias de Dios para con ella, sobre san José y su devoción profunda a él...“Quisiera persuadir a todos que fuesen muy devotos de este glorioso Santo”.
P. Román Llamas, ocd.
“En especial personas de oración
siempre le habían de ser aficionadas… Quien no hallare maestro que le enseña
oración, tome este glorioso santo por maestro y no errará el camino” (V 6,8).
Jesús da una importancia esencial a
la oración en la vida del cristiano. Lo enseña de palabra y de obra. Lo vemos
especialmente en el evangelio de Lucas, al que se ha llamado el evangelio de la
oración y a Lucas el evangelista de la oración: Orad sin desfallecer (Lc 18,1):
Pedid y recibiréis, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá (Lc 5,9). Jesús
acostumbraba a retirarse a lugares solitarios para orar (Lu 5,16), Jesús pasaba
noches enteras en oración con su Padre del cielo (Lu 6,12). ¿Vio esto en su
padre José o su madre María? Nos enseña la oración del Padre nuestro, la
oración del cristiano y en la que les diría todo lo que hace al caso para que
nos oyese el Padre Eterno, como el que tan bien conocía su condición y solo les
enseñó aquellas siete peticiones del Páter noster, en que se incluyen todas
nuestras necesidades espirituales y temporales (3 Sub 44,4). San José, sin duda,
es el tipo, el ejemplar de las personas orantes ¿no fue su vida una oración sin
desfallecer en su continuo trato con el niño y joven Jesús y con su esposa
María?. Porque, ¿qué es la oración sino un trato de amistad estando muchas
veces a solas con quien sabemos nos ama? (V 8,5) No parece, sino que santa
Teresa ha sacado esta definición de la oración de la vida de trato de José con
su Hijo y con su esposa María. Y ella misma lo confirma cuando nos dice desde
su experiencia: “En especial personas de oración siempre le habían de ser
aficionadas, que no sé cómo se puede pensar en la Reina de los ángeles, en el
tiempo que tanto pasó con el Niño Jesús, que no den gracias a san José por lo
bien que les ayudó en ellos” ( 6,8)
Las relaciones de santa Teresa
con san José son un caso típico para ver hasta que punto una devoción sincera
puede llegar a convertirse en experiencia sobrenatural que lleva a penetrar en la
intimidad más familiar y profunda con la persona de quien se es devota. Por
esta devoción llegó santa Teresa a entrar en la comunión más íntima con san
José, experimentando especialmente su paternidad, su amor y su señorío. Y desde
esta experiencia grita a todas las almas que sean devotas de san José y se
encomienden a este glorioso Santo, que se verán muy favorecidas y aprovechadas en
la virtud.
Santa Teresa sufrió mucho con la
oración por no encontrar nadie en Ávila que le entendiese por experiencia que
es lo que necesitaba (V 30,1). “Ahora me parece que procuró el Señor que no
hallase quien me enseñase, porque fuera imposible –me parece- perseverar diez y
ocho años que pasé este trabajo y en estas grandes sequedades por no poder,
como digo, discurrir. En todos estos, si no era acabando de comulgar, jamás
osaba comenzar a tener oración sin un libro, que tanto temía mi alma estar sin
él en la oración, como si con mucha gente fuera a pelear
Los medio letrados le hicieron mucho
daño –un buen letrado nunca me engañó- lo que era pecado venial, decíanme que
no era pecado, lo que era gravísimo mortal, que era venial. Esto me hizo tanto daño,
que no es mucho lo diga para aviso de otras. Creo permitió Dios por mis pecados
ellos se engañasen y me engañasen a mí. Yo engañé a otras hartas con decirles
lo mismo que a mi me habían dicho. Duré en esta ceguedad creo más de diecisiete
años, hasta que un padre dominico (el P. Vicente Barrón) gran letrado me
desengañó de cosas” (V 5,3).
No encontró maestro que le ayudase y se
lamenta de ello porque yo no hallé maestro, digo confesor, que me entendiese,
aunque lo busqué, en veinte años después de esto que digo, que me hizo harto
daño para tornar muchas veces atrás y aún para del todo perderme, porque
todavía me ayudara a salir de las ocasiones que tuve para ofender a Dios” (V
4,7)
Santa Teresa comenzó a tener oración
desde niña sin saberlo. Así cuando pide al Señor el agua viva que el Señor
ofreció a la Samaritana. “Soy muy aficionada a aquel Evangelio. Y es así,
cierto que sin entender como hora este bien, desde muy niña lo era y suplicaba
muchas veces al Señor me diese aquel agua y la tenía dibujada adonde estaba
siempre, con este letrero, cuando el Señor llegó al pozo: Domine, da mihi aquam”.(V 30,19)
También cuando se representaba los
pasos de la pasión del Señor, “en especial me hallaba muy bien en la oración
del Huerto. Muchos años, las más noches antes que me durmiese –cuando para
dormir me encomendaba a Dios- siempre pensaba un poco en este paso de la
oración del Huerto, aún desde que no era monja, porque me dijeron que se
ganaban muchos perdones. Y tengo para mí que por aquí ganó muy mucho mi alma,
porque comencé a tener oración sin saber que era” (V 9,4).
Pero no encontrar maestro que le ayudase
a vivir una vida más conforme con el querer de Dios, lleva a vivir una vida muy
penosa porque no encuentra descanso pleno en Dios ni se siente satisfecha con
las cosas del mundo, y el Señor tiene misericordia especial de ella. Escribe:
“Muchas veces he pensado espantada de la gran bondad de Dios y regalándose mi
alma de ver su gran magnificencia y misericordia. Sea bendito por todo, que he
visto claro no dejar sin pagarme, aún en esta vida, ningún deseo bueno. Por
ruines e imperfectas que fuesen mis obras, este Señor mío las iba mejorando y
perfeccionando y dando valor, y los males y pecados luego los escondía; aún en
los ojos de quien los ha visto, permite su Majestad se cieguen y los quita de
su memoria. Dora las culpas; hace que resplandezca una virtud que el mismo Señor
pone en mí, casi haciéndome fuerza para que la tenga (V 4,10).
Es la oración en la que santa
Teresa encuentra la fuerza y luz para no andar en tinieblas, “porque los
confesores me ayudaban poco”. “Todas estas señales de tener a Dios me vinieron
con la oración, y la mayor era ir envuelto en amor, porque no se me ponía delante
el castigo” (V 6,4).
“Me parecía que en esta vida no podía
ser mayor (bien) que tener oración” (V 7,10). Luego nos narra que por más de un
año la dejó, “pareciéndome más humildad y esta, como después diré, fue la mayor
tentación que tuve, que por ella me iba a acabar de perder, que con la oración
un día ofendía a Dios y tornaba otros a recogerme y apartarme más de la ocasión”
(V 7,11)
En
esos más de diez y siete años “pasaba una vida trabajosisima, porque en la
oración entendía más mis faltas…Dábanme gran contento todas las cosas de Dios,
tenianme atada las del mundo. Parece que quería concertar estos dos contrarios,
tan enemigos uno del otro, como es vida espiritual y contentos y gustos y pasatiempos
sensuales… Pasé así muchos años, que ahora me espanta qué sujeto bastó a sufrir
que no dejase lo uno o lo otro. Bien sé que dejar la oración no era ya en mi
mano, porque me tenía con las suyas el que me quería para hacerme mayores
mercedes” (V 7,17.
Y “por eso aconsejaría yo a los que
tienen oración, en especial al principio, procuren amistad y trato con otras
personas que traten de lo mismo. Es cosa importantísima, aunque no sea sino
ayudarse unos a otros en sus oraciones” (V 7,20).
P. Román Llamas, ocd.
Siguientes publicaciones:
· San José Maestro de oración (continuación)
· Experiencia de santa Teresa
· Santa Teresa evangelizadora de san José
· Sed de almas de santa Teresa
· Meditación sobre santa Teresa
· Santa Teresa evangeliza a san José
· San José titular de sus fundaciones
· Conclusión
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