En muchos libros suele haber un capítulo que destaca por algún motivo especial. Eso pasa con el capítulo VI de la Vida de santa Teresa, el libro de las misericordias de Dios para con ella, sobre san José y su devoción profunda a él...“Quisiera persuadir a todos que fuesen muy devotos de este glorioso Santo”.
P. Román Llamas, ocd.
Santa Teresa es persona de
oración, si las ha habido en el mundo y aficionadísima a san José, como lo vemos
en toda su vida, y no hubiera sido fiel a sus principios al recomendar a tomar
a san José por maestro de oración, si no lo hubiera tomado ella, pues habla
desde su propia experiencia: “No diré cosa que no la haya experimentado mucho”
(V 18,8). Si recomienda con tanto calor la devoción a san José, es porque ella
es una grandísima devota del santo Patriarca y ha experimentado siempre su
ayuda cuando ha acudido a él. Si recomienda a las personas de oración que tomen
a san José por maestro de oración, para no errar el camino, es porque ella lo
ha experimentado mucho como tal.
Si bien lo miramos, ¿de dónde
sacó santa Teresa la definición de la oración, “que no es otra cosa oración
mental, a mi parecer, sino tratar de amistad estando muchas veces tratando a
solas con quien sabemos nos ama” (V 8,5), sino de la contemplación de san José
con su Hijo, tratando muchas veces a solas en oración con él, que sabe que le
ama entrañablemente? Quien sabemos que nos ama es Jesús humanado: Para ella es
la Humanidad de Jesucristo -.toda mi vida había sido tan devota de Cristo- por
quien nos vienen todos los bienes (V 22,4.6.7), “ que para contentar a Dios y
que nos haga grandes mercedes, quiere sea por manos de esta Humanidad
Sacratísima, en quien su Majestad se deleita "(V 226), “He visto claro que por esta puerta tenemos
que entrar si queremos nos muestre la
soberana Majestad grandes secretos" (V 22,6), es el Libro verdadero donde he
visto y aprendido las verdades (V 26,6), con quien tenemos que entablar, mantener, fomentar y cuidar la
máximo la verdadera intimidad interior. Nunca debemos apartarnos de Ella. Sí,
Jesús es el amigo verdadero al lado, que no nos dejará en los trabajos y
tribulaciones, como hacen los del mundo (V 22,7), compañero nuestro en el
Santísimo Sacramento, que parece no fue en su mano apartarse un momento de
nosotros (V 22,6), no le dejemos nosotros, no queramos otro camino que él (V
22,7), que en verlo cabe nosotros veremos todos los bienes (V 22,6).
¿Quién le enseña que tener
oración y lección es ver verdades (V 19,11), que en la oración es donde el
Señor da luz para entender verdades (F 19,13)?. San José. Ante el misterio del
embarazo sorprendente de su esposa María san José ora al Señor con dolor grande
y aflicción, y si el afligid acude al Señor, este le escucha y le libra de sus
angustias y en la oración le descubrió el Señor la verdad del misterio que se
había realizado en María, verdad que le revela el ángel de parte de Dios por
estas palabras: “José, hijo de David, no temas tomar a María, tu mujer en tu
casa, porque lo engendrado en ella es del Espíritu santo” (Mt 1,20).
El camino de la oración debe
llevarnos a vivir en compañía de Jesús. ¿Quién vivió más en compañía de Jesús
que san José? De ahí la exhortación y llamado de santa Teresa: “¿Pues qué mejor
que (la compañía) del mismo Maestro que enseñó la oración que vais a rezar?
Representad al mismo Señor junto a vos y mirad con qué amor y humildad os está
enseñando; y creedme, mientras pudiereis, no estéis sin tan buen amigo…¿Pensáis
que es poco un tan buen amigo al lado? Así lo miraba san José.
La Santa, convencida por la
propia experiencia que la oración es tanto más auténtica y santificadora cuanto
es un encuentro más íntimo con Jesús, un encuentro en el que el alma “le está
hablando y regalándose con él” (V 13,11) exhorta ardiente y amorosamente a ocuparse “en que mire que le mira y le
acompañe y hable y pida y se humille y se regale con él y acuérdese que no
merecía estar allí…, hace mucho provecho esta manera de oración” (V 13,22). ¿No
fue esta la oración diaria de san José en su intimidad familiar con Cristo? Y
esta es la oración teresiana y en la compañía e intimidad con Jesús humanado debe
desarrollarse en sus diversas etapas. Acostumbrarse a enamorarse mucho de esta
sacratísima Humanidad y traerle siempre consigo y hablar con él…”Este modo de traer
a Cristo con nosotros aprovecha en todos los estados y es un modo segurísimo
para ir aprovechando en el primero y
llegar en breve al segundo grado de oración, y para los postreros andar seguros
de los peligros que el demonio puede poner” (V 12,3). Esta fue la trayectoria
de su oración, de la que es Maestra insuperable (V 13,22). Por eso aconseja que
aunque se medite en otras verdades, pero es a condición de que no se deje
muchas veces la Pasión y la Vida de Cristo que es de donde nos ha venido y
viene todo bien (V 13,13).
La oración no consiste en pensar,
discurrir y reflexionar sino en amar. Si es un trato de amistad con Jesús tiene
que consistir en amar. Para aprovechar mucho en el camino de la oración ”no está
la cosa en pensar mucho sino en amar mucho, y así lo que más os despertare a
amar eso haced" (4M 1,7). La sustancia de la verdadera oración es el amor. “El
aprovechamiento del alma no está en pensar mucho sino en amar mucho” (F 5,1)
Por eso en este camino de la oración todas la almas pueden aprovechar, porque
no todas las personas son hábiles de su natural
para pensar y discurrir, mas todas las almas lo son para amar. La misma
Santa dice que no podía discurrir y ese fue uno de los tormentos en la oración.
De cualquier manera y en
cualquier manifestación la oración es trato de amistad con Jesús, un diálogo de
amor con Dios Padre en Cristo Jesús. Para que la oración sea auténtica y
verdadera tiene que ser amor y como podemos estar siempre amando, podemos estar
siempre en oración. Orad sin interrupción nos dice Jesús (Lc 18,1). Amad sin
interrupción.
Por eso dice el Beato Pablo VI
que toda la vida de la Iglesia se alimenta de la oración, toda su capacidad de
santificar, de convertir y de salvar se alimenta de la oración, es decir el
amor, porque el amor es lo único que llega al corazón de Dios Padre. Como dice
san Juan de la Cruz “es de tanto pecio el amor delante de él (Dios) que como el
alma ve que su Amado nada precia y de nada se sirve fuera del amor, de aquí es
que deseando ella servirle perfectamente todo lo emplea en amor puro de Dios”
CE 27,8).
Y porque la oración es amor, las
obras que nacen de ella son esencialmente obras de amor. El amor nunca puede
estar ocioso. “Para esto es la oración, hijas mías, de esto sirve este
matrimonio espiritual de que nazcan siempre obras, obras” (7M 4,5) Obras de
virtudes fuertes y determinadas. La Santa insiste mucho en esto y lo explica en
Fundaciones 5,3-5). Obras, sobre todo de caridad. Como ella dice, el que se
enciende en el amor en la oración, “¡qué poco descanso podrá tener si ve que es
un poquito de parte para que un alma sola se aproveche y ame más a Dios, o para
darle algún consuelo o para quitarle de algún peligro!” (F.5,5)
Si esto es la oración para santa
Teresa, se comprende que proponga a san José como maestro en este camino de la
oración. La vida de san José, su vocación, su misión, su predestinación están
totalmente en la perspectiva de la compañía de Jesús y se concretan en estar siempre
a su lado, en hablarle, regalarse con él, servirle, defenderle, enseñarle,
amarle… Toda la razón de su existencia es la vida de Jesús y para Jesús, es
custodiarle, con todo lo que significa esta palabra. Su verdadero matrimonio
con María fue en atención a Jesús. La vida de José tiene su razón de ser
solamente en Jesús: recibirle y acogerle en el seno de su Madre, ponerle el
nombre, cuidarle y velar por él, alimentarle, vivir en su compañía e intimidad.
¿Quién podrá comprender la intimidad dulce y suave, gozosa y dolorosa que vivió
con Jesús? ¿Quién podrá vislumbrar los grados de trato de amistad que se
desarrollaron entre ellos y con María? Es un aspecto singularísimo de la vida
de san José que, desde san Bernardo, han tocado de mil maneras todos los que
han escrito del santo Patriarca: los predicadores lo han predicado desde los púlpitos.
Santa Teresa lo oyó, sin duda, más de una vez, “que no sé cómo se puede pensar
en la Reina de los ángeles, en el tiempo que tanto pasó con el Niño Jesús, que
no den gracias a san José, por lo bien que les ayudó en ellos” (V 6,8). El P.
Gracián recoge ampliamente este aspecto de la vida de san José en su Josefina,
en el libro segundo.
Si en la oración, como trato de
amistad con Cristo, es un aspecto esencial escuchar la palabra de Jesús, ver
verdades, san José escuchó ensimismado, muchas veces las palabras de su hijo
Jesús que le calaban hondo en el corazón. Si a los apóstoles, por ser sus
amigos (Jn 15,15) Jesús les descubre sus secretos ¿qué secretos y verdades no
descubriría a su Padre san José? Y ¡cómo escucharía este las palabras, llenas
de vida y de espíritu de su Hijo? ¡Con que facilidad y docilidad las
asimilaría, con qué amor las metería y meditaría en su corazón! ¡Qué
conversaciones tendrían entre los dos!
Toda la vida de san José fue
oración porque fue una vida en compañía de Jesús, de intimidad y familiaridad
con él. Nadie supo más y mejor de esta oración que él, que por tanto tiempo y
tan seguido trató con Jesús y con María en una comunión y comunicación
auténtica y única de amistad y de amor. Tres corazones, un único amor en su
máxima expresión en cada uno de ellos. Tres abismos de amor. José, como padre
cuando Jesús era niño, como amigo y compañero, cuando fue mayor y aprendía de él
oficio de carpintero, vivió en una intimidad singular con Él. Toda su vida fue
contemplación. Toda su vida fue oración vivida. “San José -dice el P. Gracián-
aprendió oración de los dos más aventajados espíritus, que jamás se pueden
imaginar, que son Jesús y María; en su compañía oraba y a los mismos que mandaba
como a súbditos rogaba como a Dios y Madre de Dios, que este privilegio de
oración ninguno lo alcanzó”. “San José consiguió todos los fines de la
contemplación, de los cuales unos santos alcanzaron unos y otros, otros” (Josefina, l.v, cap.v, tit.v) Todo este
capítulo quinto es una exaltación ininterrumpida y gloriosísima de san José en
sus relaciones de intimidad y amor con Jesús y María. La vida de José fue una
oración, una contemplación, porque escuchaba, y acogía y meditaba en su corazón
las verdades que Jesús expresaba. Toda su vida fue oración vivida.
Si la oración consiste en amar a
aquel de quien estamos enamorados, san José, en cuyo corazón el Espíritu Santo
había derramado abismos de amor, como en de María, su esposa, y esta es la
mayor grandeza de María para santa Teresita, amaba a Jesús, a quien
tenía constantemente presente, con esos abismos de amor, estaba viviendo una oración
perfecta y si el corazón vive más donde ama que donde anima, san José estaba
viviendo constantemente en Jesús ¿Y no es esa vida una oración continuada, sin
interrupción que sacia plenamente el corazón?
Esta enseñanza panegírica de la
Madre Teresa sobre san José, Maestro de oración siempre ha sido actual y lo
sigue siendo, no pierde vigencia; por eso en el Carmelo teresiano san José
siempre ha sido Maestro de oración. Son incontables las almas que han
encontrado en él el Maestro y guía de su camino oracional, y algunas han
llegado a una verdadera experiencia sobrenatural y mística de él, como la Santa
Madre Teresa.
P. Román Llamas, ocd.
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