Con el más profundo agradecimiento al P. Román por este precioso ramo de flores con el perfume de María y José acompañando en esta Navidad al Niño Dios.
Flores carmelitanas, recogidas en un jardín tan sublime cual es, el del Cantico espiritual y la Llama de amor viva del angelical San Juan de la Cruz
¡Qué necesidad tenemos en estos días de no quedarnos con la única referencia, extendida por doquier, de la vida sencilla, sencillísima digo yo, pero olvidándonos de los abismos de amor que vivió la Familia de Nazaret !
Abismos de amor que el místico doctor nos abre las puertas para enmudecer ante el insondable vivido por el alma de José y muy especialmente por el de la Madre de Dios.
Repetidas gracias P. Román
De la Virgen María y san José sabemos por los evangelios cosas admirables, maravillosas: que María es la Madre de Jesús, de Dios, y san José su padre por su matrimonio con María. Un matrimonio único, en el que los dos son vírgenes con voto y profetas inspirados por el Espíritu Santo y que por estos privilegios únicos y singulares Dios les dotó de una santidad especial. Ambos participan en la Unión Hipostática, solo ellos con Jesús, Y si María está esencialmente implicada en el misterio de la Encarnación del Verbo, en la unión hipostática, tiene que estarlo también san José, porque en el Decreto eterno de la salvación y redención de la humanidad pecadora el Verbo encarnado tenía que encarnarse y nacer en y de una Virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David (LC 1,27). Y dada esta misión altísima y suprema a ellos encomendada, Dios tuvo que colmarlos de gracias, mercedes, dones y privilegios para poder llevarla a cabo de una manera digna, honesta y delicada. Y a esto lo llama san Juan de la Cruz el matrimonio espiritual que “es una total transformación total en el Amado, en que se entregan ambas las partes por total posesión de la una a la otra, con cierta consumación de unión de amor en que está el alma hecha divina y Dios por participación, cuanto se puede en esta vida, Y así pienso que ese estado nunca acaece sin que esté el alma en él confirmada en gracia, porque se confirma la fe de ambas partes, confirmándose aquí la de Dios en el alma. De donde este es el más alto estado a que en esta vida se puede llegar” (CE c. 22,3).
Continuará...
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