La sorprendente respuesta de Jesús, desde un plano más alto, fue tal, que ellos dos no comprendieron su palabra. Había dicho: “¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que es necesario que yo esté en las cosas de mi Padre?” (Lc 2,49-50). Mi Padre en boca de Jesús es algo exclusivo de él y significa su relación privilegiada con Dios como Abba, Papá, que forma parte de la identidad del Jesús histórico, y para la comunidad primitiva el carácter divino de Jesús como Hijo de Dios.
Son palabras de un Niño, es verdad, pero que podemos contemplar en la perspectiva de que judíos, paganos y cristianos concedían un valor de oráculo a ciertas palabras de los niños. San Agustín interpreta como un oráculo del cielo la voz de un niño o niña que decía a modo de estribillo: ¡Toma y lee! ¡Toma y lee! que oyó en el jardín de la casa de Casisacio y que nunca había oído antes (Confesiones, VIII, 12,28).
Pues
bien, esta respuesta la oyó José, a quien María se había referido poco antes
llamándole “tu padre”. Y así es lo que se decía y pensaba: “Jesús era, según se
creía, hijo de José” (Lc 3,23). No obstante, la respuesta de Jesús en el templo
habría reafirmado en la conciencia del “presunto padre” lo que este había oído
una noche, doce años antes: “José… no temas tomar contigo a María, tu
mujer, porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo” (Mt
1,20). Ya desde entonces, él sabía que era depositario del misterio de Dios, y Jesús
en el templo evocó exactamente este misterio: “Debo ocuparme en las
cosas de mi Padre”. (RC 15).
P.
Román Llamas ocd.
Siguientes publicaciones:
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